Contra Cervantes

Un busto de Miguel de Cervantes con pintadas, en California.
Un busto de Miguel de Cervantes con pintadas, en California.
DAVID ZANDMAN

Me sorprende gratamente que tantos lectores hayan recibido con placer un ensayo de casi quinientas páginas sobre la historia del libro, "nuestro más fiel aliado". Al fin leo ‘El infinito en un junco’, de Irene Vallejo. Con cautela la acompaño en su reflexión sobre el tiempo de los héroes y sobre historiadores que han comparado a Alejandro Magno con Adolf Hitler. No hace mucho, con motivo del día de la Hispanidad, un grupo de estudiantes de Columbia University organizaba un juego para los viandantes neoyorquinos con el fin de identificar al autor de frases rimbombantes: Colón, Hitler o Trump. A una, que peca de historicista y suele otorgar a la diacronía su zona de confort, le dio cierta tirria semejante ocurrencia por la falta de adecuación entre la voz de los traductores y sus lectores contemporáneos, y por la escasa correlación entre los personajes y sus circunstancias. Pero es moneda corriente.

Hoy desentierran el hacha de guerra, y con razón, quienes hastiados de discursos vanos encuentran en el derribo de estatuas cierto alivio revisionista. Abajo Colón, Churchill, Roosevelt y los esclavistas, y el debate está servido. Pero al abrigo de las protestas no esperaba los ataques a Cervantes, que sufrió en sus carnes el sometimiento a manos de corsarios argelinos y convirtió su obra en espejo indeleble de valores que no desaparecen ni pasan de moda, como los buenos libros. No importa cuándo lo lean (si lo leen): siempre en el Quijote hallarán el mejor argumento para sus reivindicaciones, aunque aún no lo sepan.

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