Rosa María Sardà

Rosá María Sardá
Rosá María Sardá
EFE

Hace unos días moría Rosa María Sardà, una actriz portentosa que consiguió muchas veces arrancarnos grandes carcajadas y no pocas sonrisas. Sólo por eso merecería ya el respeto y el cariño de todos, pues casi nada hay en la vida mejor que reírse, y todos querríamos tener siempre a nuestro lado a quienes son capaces de regalarnos esos momentos de felicidad. Sardà, que estuvo en el Paraninfo de nuestra Universidad no hace mucho y dejó en todos los que la trataron un recuerdo imborrable por su simpatía y cordialidad, tenía grandes reconocimientos de sus compañeros de profesión (dos premios Goya, la Medalla de Oro de la Academia…) y, sobre todo, había logrado concitar el afecto de muchos de sus conciudadanos. Pero no de todos. A su muerte, los más ferósticos independentistas catalanes, que no olvidaban que había cometido el ‘ultraje’ de devolver la Cruz de Sant Jordi ni sus críticas al proceso secesionista, la insultaron gravemente y, con sus patrióticas ballestas, lanzaron a su tumba esa flecha envenenada que tanto gustan utilizar: ‘botiflera’, o sea, traidora. Ya no podía defenderse. Y me acordé entonces de lo que me contó una vez mi amigo, el catedrático de Historia Antigua, Francisco Beltrán: Plinio el Viejo, en el prefacio de su ‘Naturalis Historia’, refiere que cuando Lucio Munacio Planco supo que Asinio Polión preparaba un libelo contra sus obras, que sólo habría de publicarse una vez muerto aquél, para que no pudiera replicarle, dijo lo siguiente: "Cum mortuis non nisi larvae luctantur", o sea, "Con los muertos sólo pelean los gusanos". Pues eso.

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