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Lecciones de madurez

Un niño confinado por el coronavirus en su casa de Oviedo.
Un niño confinado por el coronavirus en su casa de Oviedo.
EP

Nos hemos quedado cortos en las loas a los pequeños grandes sufridores del confinamiento por la pandemia: los niños. Después de pasar tantos días encerrados, sin jugar con sus amigos, sin disfrutar del aire libre, sin echar un partido de fútbol, encima se ven obligados a soportar el chistecillo de algún padre alardeando de las buenas calificaciones obtenidas este curso.

Los pequeños han dado lecciones de madurez a la hora de aguantar el tipo en unas circunstancias tan insólitas como claustrofóbicas. Mientras tanto, algunos mayores, precisamente los más expuestos a las cámaras, ofrecían escenas nada ejemplarizantes en el Congreso, más propias de algún desnortado plató de televisión.

Por eso fue todo un acierto el diploma que concedió el presidente Javier Lambán a más de 52.000 niños aragoneses, por su buen comportamiento durante la cuarentena. Una distinción que muchos consideraron oportunista, cierto, pero nadie negará que se merecían un mínimo detalle en reconocimiento a su paciencia y resignación.

Ahora el curso que se avecina no parece ser muy halagüeño. Lo de menos será ir en autobús con mascarilla, o comer donde se habiliten espacios para evitar contagios. Más difícil será aguantar las ganas de jugar con sus amigos en el patio, o compartir sus juguetes a la hora del recreo, o evitar mezclarse con otros grupos de compañeros para mantener a raya el virus.

Lo que es seguro, como han demostrado durante el confinamiento, es que darán una lección de comportamiento y de adaptación a las circunstancias. A ver si aprendemos.  

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