La nanointelectualidad

Miguel Bosé durante su actuación.
Miguel Bosé ha destacado estos días como divulgador de teorías conspirativas.
Efe

Los programas que cultivan la nostalgia en televisión nos recuerdan que no hace tanto que entre quienes asomaban a la esfera pública, del filósofo al humorista, del político al cantante, abundaban aquellas personas con una formación, una personalidad, un poso, que las hacían interesantes y valiosas para el común más allá de a qué se dedicaran. Voces autorizadas para opinar sobre temas diversos y que han ido causando baja, mayormente por defunción. La tasa de reposición es baja: en el tránsito hacia la práctica extinción de la alta cultura y su sustitución por las formas más populares en las últimas décadas, algo se ha perdido; también, los tiempos se han acelerado y los estímulos más frecuentes no fomentan precisamente ni la reflexión ni la escucha; además, muchos intelectuales y artistas se han acostumbrado a callar y agachar el lomo ante los poderosos que les son próximos (los menos escrupulosos, a derecha e izquierda) para sobrevivir.

Los referentes con sustancia y un altavoz mediático a su disposición se han encogido. Y, al tiempo, las redes sociales permiten que cualquiera pueda asomar entre el ruido global, tras haber depositado en el conjunto de la ciudadanía capacidades que antes eran casi un monopolio de los medios de información, como las de filtrar y extender mensajes, convocatorias, movilizaciones de todo tipo. Esta ‘democratización’ (que no es gratis, ya que se paga con cesiones en la intimidad) hace desde luego al individuo más poderoso, pero también le echa encima cargas que antes estaban delegadas en los periodistas.

En días pasados, miles de personas anónimas, y también Miguel Bosé, nuestro Bunbury o el ultraderechista presidente de la fundación que sostiene la Universidad Católica de Murcia, han divulgado la campaña que apunta a Bill Gates y otros multimillonarios como urdidores de una trama en la cual, tras haber originado la covid-19, se servirían de las futuras vacunas para extender el control de la población mediante nanorobots. Aquellos pueden amplificar estas enrevesadas ideas conspirativas, pero deben saberse responsables. Porque lo que parece un chiste delirante no es inofensivo, por ejemplo, por extender la duda sobre medidas sanitarias básicas y efectivas.

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