Por
  • Andrés García Inda

Contra la actualidad

Opinión
'Contra la actualidad'
KRISIS'20

En medio de las guerras y las pestes que en el siglo XVI asolaban Europa tuvo lugar un discreto acontecimiento: en 1543 se editó por primera vez ‘La revolución de las esferas celestes’, libro en el que había trabajado toda su vida el sacerdote y científico Nicolás Copérnico, fallecido en mayo de ese mismo año. Las hipótesis geométricas de Copérnico cuestionaban el modelo astronómico dominante (geocéntrico) y con ello también la concepción misma de lo humano. Pero el libro pasó inadvertido, se vendió mal y se leyó poco, tal vez debido al prólogo que se le añadió para suavizar sus tesis, o tal vez porque entonces los intereses y las preocupaciones de la actualidad eran otros: quizás la guerra iniciada entre Francia e Inglaterra, o la última boda del rey inglés, quién sabe. Por utilizar un símil de nuestro tiempo, la publicación del libro no ocuparía ningún espacio en los medios, a pesar de que venía realmente a sacudir la mentalidad y los espíritus de la humanidad. La verdadera revolución, que venía gestándose lenta y silenciosamente, no era visible o perceptible en ese momento y quedaría ahogada u oculta por el ruido y los flashes del alboroto aparente de la actualidad. ¿Siempre es así?

Además de tiempo presente, el Diccionario define la actualidad como aquella "cosa o suceso que atrae y ocupa la atención del común de las gentes en un momento dado". Por eso mismo, en lugar de sucumbir instintivamente a sus encantos, quizás nuestra atención debería dirigirse a guarecernos de sus cantos de sirena, a distanciarnos de ella. Lejos de despertarnos del letargo, la inmediatez y el fragor de la moda favorecen la conformidad y contribuyen aún más a nuestra modorra. Como las portadas de los medios, las llamaradas de la actualidad aturden, más que despiertan o estimulan; ciegan más que iluminan. Al fin y al cabo su objetivo es ese: que no veamos más allá, que miremos en una única dirección. Y más aún en nuestro tiempo, dominado por la precariedad y la prisa, y en el que todo caduca rápidamente. Escribe Jorge Freire en ‘Agitación’ que "de lo inmediato no puede brotar la cultura. Como dijo Borges, la crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió". En ese sentido, y paradójicamente, el buen articulista no sería aquel que está atento a la actualidad –eso lo hace todo el mundo sin querer– sino el que consigue desasirse o desprenderse de ella (y seguramente no es mi caso; yo siempre fui de los que cree saberse la teoría pero luego no responde bien en la práctica).

Qué mejor ejemplo para ilustrarlo, por más comentado que haya sido, que la imagen del eslogan del Gobierno, ya envejecida en primera plana, para que así todos vayamos cerrando –¡y celebrando, ‘ad maiorem sua gloriam’!– la etapa del coronavirus y su gestión: "Salimos más fuertes". Que es lo mismo que decir (menos groseramente, claro) que lo que no mata engorda. Sí, hay evidencias suficientes de los efectos del confinamiento en nuestro peso corporal, pero también parece que vamos a salir de él más muertos. Que se lo pregunten si no a las decenas de miles de fallecidos (ahora literalmente incontables, por falta de transparencia gubernamental) y a sus familias, a los enfermos, a los que han perdido sus empleos y sus negocios… ¿Quiénes salen más fuertes? Habida cuenta del empeño que la comunicación gubernamental ha puesto en que interpretemos la pandemia como un conflicto bélico, habría que recordar que, como suele decirse, la primera víctima de las guerras es la verdad. Habrá quien señale, con razón, que en circunstancias tan complejas y dolorosas como las que nos ha tocado vivir es necesario estimular el ánimo y transmitir mensajes positivos a la población, extrayendo de la experiencia aquellas lecciones que nos ayuden a curar las heridas y mejorar para el futuro. Totalmente de acuerdo. ¿Y esa lección es que "salimos más fuertes"? ¿Bienvenida sea entonces la pandemia, que nos hace mejores, aunque algunos se queden (oh, pequeña contrariedad) por el camino? No en vano, hay quienes han visto en la misma un castigo y a la vez una ‘bendición’ (¿de la naturaleza, la historia…?), como respuesta a nuestros ‘pecados’, que nos ayudaría a ‘salir de la zona de confort’ y nos llama a la conversión. Lo que viene a confirmar que, como decía Schmitt, aunque adopte un lenguaje secular no hay política sin teología o que, parafraseando a Adorno, en política lo que no es teología es márketing. O propaganda. Pura actualidad evanescente.

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