Por
  • Concepción Aldea, Pilar Cea, J. Maícas, L. Randez y M. Resano

De pizarras y pantallas

Ordenador, internet, internauta
'De pizarras y pantallas'.
HA

Los últimos meses han constituido un reto para profesores, estudiantes y para la institución universitaria en su conjunto. Los profesores hemos tenido que improvisar pequeños estudios de grabación en nuestros hogares que nos han permitido ir cumpliendo con nuestras obligaciones docentes. Los estudiantes, por su parte, han tenido que adaptarse para recibir sus clases a través de una pantalla, con las limitaciones para la interacción y el intercambio de opiniones que esto comporta. El hecho de haber sido capaces de superar estas dificultades con voluntarismo y esfuerzo no puede llevarnos a la equívoca conclusión de que el balance de estos meses ha sido positivo. Conviene reconocer que estos esfuerzos, en muchos casos, han tenido su origen más en el individuo que en el colectivo, y la ausencia de directrices claras y medios ha sido la norma y no la excepción.

Nos encontramos ante un nuevo escenario y resulta ineludible un periodo de reflexión que nos faculte para encajar adecuadamente la educación ‘online’ en la agenda universitaria. Entre las cuestiones que deberían formar parte de dicha agenda sobresalen dos que han adquirido un papel preponderante.

La primera está relacionada con la imperiosa necesidad de que tanto profesores como estudiantes seamos competentes digitalmente. La universidad no es ajena al proceso de digitalización de la sociedad y del tejido productivo. La transformación digital debe integrarse en la estrategia general de nuestra universidad y no puede reducirse exclusivamente a que tanto profesores como estudiantes seamos usuarios relativamente hábiles de un puñado de aplicaciones que nos permitan interactuar a distancia. Estamos obligados a ir más allá. Esta transformación debe comenzar con una evaluación de la madurez digital de nuestra universidad que permita definir acciones estratégicas tanto en la tecnología como en las competencias digitales de los miembros de la comunidad universitaria, definiendo infraestructuras necesarias y programas formativos específicos para que la universidad pueda desenvolverse en este futuro que ya ha llegado.

La segunda tiene que ver con la necesidad de revisar el actual modelo universitario. La enseñanza ‘online’, que pudo interpretarse inicialmente como una amenaza, ha terminado erigiéndose en una oportunidad que permite explorar vías adicionales para ofrecer docencia de calidad en formatos hasta ahora no contemplados. Reconocer esta evidencia está lejos de sugerir la transformación del modelo educativo de las universidades tradicionales hacia un escenario puramente virtual. Para la mayor parte de las universidades españolas la presencialidad es un activo irrenunciable, que no solo permite lograr competencias difícilmente alcanzables en una enseñanza íntegramente ‘online’, sino que también posibilita una interacción más estrecha en el seno de la comunidad universitaria, fomentando el necesario desarrollo de las denominadas habilidades blandas o competencias transversales. Sin embargo, la incorporación de la enseñanza ‘online’ a la cotidianidad universitaria no es una moda pasajera atribuible a la excepcionalidad del periodo por el que atravesamos, sino una tendencia que ya estaba presente antes de la crisis actual, que en todo caso la ha acelerado.

Necesitamos una profunda reflexión en relación a cuándo y cómo va resultar conveniente hacer uso de la virtualidad. Existen al menos dos ámbitos en los que la enseñanza ‘online’ puede resultar particularmente oportuna. El primero es su uso como complemento a las clases presenciales, aplicando metodologías adaptadas y generando entornos de aprendizaje enriquecido. La evidencia recabada en estos meses ha permitido comprobar que, en determinadas actividades, este tipo de docencia puede resultar más ágil y eficiente. Por ejemplo, las tareas de supervisión y tutorización de la actividad del estudiante pueden realizarse sin necesidad de coincidir con él en el espacio y en el tiempo. Pero para ello es necesario disponer de los recursos formativos y económicos y de las herramientas adecuadas para que el profesorado pueda llevar a cabo una actualización de la metodología docente acorde al nuevo escenario. El segundo de estos ámbitos es el desarrollo de MOOCs (Massive Online Open Courses), cursos diseñados exclusivamente para un entorno ‘online’, que permiten la formación continua y la difusión del conocimiento en la sociedad digital, con el objetivo de llegar a un mercado mucho más amplio, sin las limitaciones de las universidades tradicionales. Plataformas como Coursera o edX han permitido una explosión de este tipo de cursos. Las mejores universidades del mundo han tomado posiciones en estas plataformas o han creado las suyas propias. Es urgente adoptar una decisión sobre cuál queremos que sea nuestra participación en estos (ya no tan) nuevos formatos.

Esta transformación ya está en marcha. No cometamos la ingenuidad de pensar que no va a afectar al mundo universitario. Tenemos el deber y la responsabilidad de aprovechar las oportunidades que nos brinda la digitalización en beneficio del proceso de enseñanza-aprendizaje. Convirtamos nuestra universidad en una universidad de pizarras y pantallas

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