Por
  • Carmen Herrando

Un anarquista de Almudévar

Foto de Almudévar
Vistas de Almudévar
Laura Uranga

Antonio Atarés Oliván nunca vio a Simone Weil, y, sin embargo, se hicieron grandes amigos. La filósofa supo de su existencia gracias a Nicolás Lazarévitch, que había compartido prisión con refugiados españoles en el campo de Vernet en Ariège. Lazarévitch, que participaba con Simone Weil en la publicación ‘La Révolution prolétarienne’, habló a la pensadora de la situación de estos prisioneros que salieron de España tras la guerra civil, pero que el régimen de Vichy rechazó confinándolos en campos de internamiento. Lazarévitch se fijó especialmente en un campesino aragonés que no recibía ni cartas ni visitas.

En los años que pasó en Marsella (1940-1942), Simone Weil fue particularmente sensible a las vidas de muchos extranjeros que se encontraban entonces en Francia, y saber de aquel aragonés aislado la conmovió. No tardaría en escribir a aquel anarquista de su misma edad, pues ambos habían nacido en 1909, pero Atarés en Almudévar, en Aragón, la misma región en la que ella había pasado unos días en agosto de 1936 (en Pina de Ebro). En sus cartas compartía con Antonio las pequeñeces de la vida cotidiana, pero también llegó a mandarle textos de los clásicos griegos (pasajes del ‘Prometeo’ de Esquilo, por ejemplo) o breves pensamientos sobre la belleza; y acogía con verdadero cariño lo que Antonio le contaba acerca de sí mismo y de lo que vivía y sentía en el campo de confinamiento. También le envió algo de dinero, libros en español y paquetes con cosas que él necesitaba, de manera que, poco a poco, fue tejiéndose entre ellos una amistad que en no pocas ocasiones Simone Weil recuerda como ejemplo de amistad auténtica.

Él desde su encierro y ella desde su vida en Marsella lograron vivir el milagro de la amistad sin siquiera haberse encontrado; conversaban acerca de todo: la hermosura del cielo estrellado, los paisajes que tenían ante los ojos, compartían poemas y no pocas impresiones acerca de lo que estaba sucediendo en Europa… Antonio Atarés fue trasladado a Argelia, al campo de Djelfa, a finales de abril de 1941, y allí permaneció hasta la liberación del campo a comienzos de 1944. Entretanto, la familia Weil, de origen judío, preparaba su partida hacia América, huyendo de la persecución; Simone Weil y sus padres dejaban Marsella en mayo de 1942. Pero las cartas continuarían, y Simone Weil escribió desde Orán, antes de atravesar el Atlántico, y también desde Londres, donde moriría en agosto de 1943. Ignoramos si Simone Weil escribió a Antonio desde Nueva York, pero sí consta que dejó a su madre el encargo de hacerlo, pues entre las recomendaciones que le dio antes de partir hacia Londres estaba la de escribir a Antonio, y así se lo indica en una carta: "Escribe a Antonio (por avión) y dile que he dejado Nueva York y que estoy muy ocupada para escribirle ahora; que estoy bien y que sigo pensando en él".

Simone Weil y sus padres habían pensado que, si la guerra se prolongaba, se instalarían en algún pueblecito del Norte de África (Argelia, seguramente), y que allí se encontrarían con Antonio y hasta podrían emprender algún trabajo agrícola juntos para ganarse la vida.

Cuando supo de la muerte de Simone Weil, Antonio Atarés escribió a los padres de la filósofa. Ayudado por una organización para refugiados, logró embarcarse en Francia con rumbo a Argentina en 1950. Poco antes escribía de nuevo al matrimonio Weil, todavía desde Francia, pidiéndoles ayuda porque en Argentina no conocía a nadie. Volvió a escribirles desde Buenos Aires para decirles que todo iba bien, y en 1951 les remitió las cartas de su hija. Gracias a este gesto del aragonés las conservamos, aunque no se sabe el paradero de las enviadas por él a Simone.

Sabemos que el padre de Antonio se llamaba Matías, y que murió antes de la guerra; era un campesino de Almudévar que trabajaba además como esquilador.

"La amistad es igualdad hecha de armonía", dirá Simone Weil. Quisieron las circunstancias, o la misma vida, que tal armonía brotase entre una filósofa francesa y un campesino aragonés que no habían percibido del otro sino su letra y el aroma de muchos sentires profundos. Y esta amistad muestra que toda amistad es un verdadero milagro.

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