Por
  • Luisa Miñana

Decoro y dignidad

Las mascarillas serán obligatorias cuando no se garantice la distancia de seguridad
'Decoro y dignidad'.
Laura Uranga

Durante el confinamiento total y los sucesivos alivios, la gran mayoría de nosotros hemos pasado nuestras horas en casa teletrabajando, improvisando escuelas para nuestros hijos, protegiendo a quienes tenían más riesgo de enfermar, atendiendo con ansiedad a las informaciones de los medios de comunicación, confluyendo desde balcones y ventanas en emotivas ceremonias colectivas exorcizantes del miedo, del dolor. En este mismo tiempo, muchos de nosotros han salido a su trabajo, que de repente cambió su dimensión cotidiana en heroica, porque superar cada día era salvarnos a todos los que seguíamos aquí. Pero más de veintisiete mil de los nuestros ya no están, arrebatados por el contagio, desde que la pesadilla se desató hace apenas tres meses.

Ahora, los sanitarios, que van poco a poco regresando de la epopeya, y a los que fuimos dejando de aplaudir conforme pudimos salir a pasear, están exhaustos, física y mentalmente. Si habláis con ellos, os lo dirán. Os dirán lo mismo muchos otros trabajadores de las primeras líneas, que han pasado miedo y estrés. Y la mayoría de nosotros, en su medida, también lo dirá. La famosa curva cede. Pero, como en ‘El séptimo sello’, la película de Bergman, la partida de ajedrez con el virus sigue y no terminará mientras no haya vacuna con que hacerle jaque mate. Cualquier descuido o bravuconada puede ser fatal, incluso mortal. Recuperemos la vida, pero con decoro, que diría Cicerón: con acuerdo y respeto a la situación y a los demás, con dignidad.

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