Por
  • Andrés García Inda

De plazos y parches

Opinión
'De plazos y parches'
KRISIS'20

Hace unos días los medios de comunicación informaban de que la emisión neta de deuda pública prevista para 2020 va a multiplicar por seis la de 2019 (si en 2019 fue de unos 20.000 millones de euros, en 2020 será de unos 130.000). La deuda superará así el cien por cien del PIB y eso quiere decir que vamos a pedir prestado más de lo que producimos (algo que ya no sucedía desde hace más de un siglo), lo que resulta un tanto preocupante a alguien profano en la materia, como yo, que observa la administración de la casa común, por analogía, con los limitados ojos de quien administra su propia casa.

Estoy seguro de que si se adopta esa medida es porque los responsables de las arcas públicas no han podido o sabido encontrar otra mejor para poder pagar la cuenta actual de servicios, sueldos (entre ellos el mío), pensiones y contribuciones, aunque sea hipotecando los servicios, los sueldos, las pensiones (también la mía) y las contribuciones del futuro. Es decir, para garantizar el pan de hoy aunque sea, como dice el refrán, a costa del hambre de mañana, que soportarán o tendrán que paliar, ya verán ellos cómo, las próximas generaciones.

¿Pero tienen derechos las generaciones futuras? Esa es una pregunta típica de la teoría y la filosofía moral y jurídica: ¿forman parte esas generaciones de nuestra comunidad moral?, ¿tenemos algún tipo de obligaciones respecto a quienes vendrán en el futuro?, ¿debemos condicionar por ellos nuestra existencia y nuestras decisiones a la hora de disfrutar y gestionar los recursos actuales (económicos, ecológicos, culturales…)? Porque lo que sí está claro es que lo que les vamos a dejar en herencia son unas cuantas deudas (o deberes).

La duda que les planteo tiene que ver con la perspectiva temporal desde la que adoptamos nuestras decisiones y damos respuesta, por lo tanto, a esas preguntas. Por ejemplo: ¿es el recurso al endeudamiento una decisión tomada pensando en el futuro o mirando únicamente a nuestro presente? Porque hablamos de la necesidad de cuidar el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, pero no sé si nuestras preocupaciones reales se mueven más allá de los estrechos límites de nuestra existencia personal. De hecho, esa podría ser una de las paradojas de nuestro tiempo: a mayor longevidad (cuanto más crece la esperanza de vida) más parece reducirse el horizonte temporal de nuestra imaginación moral. No hablo en un sentido individual, evidentemente, sino colectivo. Y de alguna manera esa limitación o esa falta de visión podría ser uno de los factores de la esterilidad de nuestras sociedades: ¿Son las bajas tasas de natalidad el resultado de nuestro cortoplacismo, o el cortoplacismo lo es de nuestra falta de natalidad? Seguramente van a la par, claro. Recordemos que, a pesar de lo que algunos se empeñan en señalar, las tasas de natalidad descienden cuanto mayor es el desarrollo económico.

En nuestro tiempo, los proyectos –personales y colectivos– parecen estar condicionados o vinculados a los límites de la propia experiencia personal o generacional. Lejos quedó la idea de pertenecer a algo en lo que uno da continuidad a las generaciones pasadas o procura dejar en herencia a las futuras. La herencia parece haberse convertido en un privilegio o una carga, así que mejor no preocuparse de ello. Después de mí (o de nosotros), el diluvio; o lo que sea, qué más da. El que venga detrás que arree.

"Solo quien mira a lo lejos encuentra un camino", decía el político Dag Hammarskjöld. Pero la visión a largo plazo exige compromisos y acuerdos estructurales que no casan con los objetivos ni la cultura inmediatista del poder (menos preocupado de producir que de reproducirse) ni con la complejidad de los sistemas sociales. Por eso todo se resuelve a través de medidas puntuales, fruto de mayorías inestables y ocasionales, que en lugar de afrontar y solucionar los problemas, únicamente los aplazan o los esconden bajo la alfombra, contribuyendo a enquistarlos. Tomando prestado el término ‘parche’ (‘kludge’) de la informática, el politólogo norteamericano Steven Teles hablaba hace algunos años de ‘kludgeocracia’ para referirse a esa tendencia a responder a los problemas sociales con apaños particulares, aparentemente eficaces en el corto plazo pero de los que se ignora o desprecia el impacto o las consecuencias a largo plazo, y que contribuyen así a generar un sistema sin principios organizativos claros, difícil de entender y gobernar y propenso a los errores.

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