Por
  • José María Turmo Molinos

Miguel Fleta, en la memoria

Monumento a Miguel Fleta junto a su tumba en el cementerio de Zaragoza.
Monumento a Miguel Fleta junto a su tumba en el cementerio de Zaragoza.
Guillermo Mestre

Desangrándose todavía España a causa de la Guerra Civil y a cientos de kilómetros tanto de su cuna en el Cinca como de su adorada Zaragoza, el 29 de Mayo de 1938 se apagaban definitivamente la voz y la vida del mejor tenor aragonés de todos los tiempos, Miguel Fleta. 

Moría, hace 82 años, el hombre y nacía el mito, pues difícilmente se puede encontrar una carrera tan meteórica como la de aquel mozo -el último de catorce hermanos- que cantaba jotas de madrugada camino del Mercado con el carro de las verduras y que a los 22 años ya había debutado en uno de los grandes coliseos europeos -Trieste-, desde donde conquistó en tiempo récord los mayores triunfos en la lírica, gozando en vida del éxito y de la fama y acariciando la cima de la gloria y de la leyenda, ese estadio al que solo acceden los mitos.

Su vida artística es una secuencia de éxitos deslumbrantes a lo largo de dieciséis intensos años. Los teatros europeos y americanos se rinden a su arte. Fleta triunfa en Londres, París, Milán, Viena, Nápoles, Venecia, Nueva York, La Habana, Buenos Aires, El Cairo, China, Manila, Canadá, México… y por supuesto, Barcelona y Madrid, en cuyo Teatro Real fue un verdadero ídolo. Y, cómo no, Huesca y Zaragoza, donde aprovechaba para cantar en el Pilar a la Virgen y donde era conducido entre multitudes. 

El 7 de Mayo de 1922 debutó en el Teatro Real con ‘Carmen’ con un triunfo que lleva a los espectadores al delirio. A la función de gala, unos días después, asiste Alfonso XIII, las localidades se pagan a diez veces su precio y Fleta es llevado a hombros hasta su hotel por la calle Arenal y la Puerta del Sol. El 8 de Noviembre de 1923 debuta con ‘Tosca’ en el Metropolitan de Nueva York debiendo salir dieciséis veces tras la primera parte reclamado y aplaudido durante casi una hora por el público. Al final de la representación hubo de saludar veintiséis veces más. 

Su final artístico fue prematuro, precipitado por los acontecimientos políticos del tiempo que le tocó vivir, incluido el saqueo de sus casas en Madrid y en Albalate. Su vida personal también se había venido abajo víctima de desengaños y preocupaciones económicas por su ingenuidad en préstamos a su familia política, la que había eclipsado al verdadero amor de su vida, la francesa Luisa Pierrick, la maestra que le había conducido por el laberinto de la vida y que había tallado el diamante. La voz, por si fuera poco, ya venía resintiéndose y la tristeza fue apagando aquel fulgor que había deslumbrado al mundo.

Tras un proceso renal agudo murió frente al mar en su casa de La Coruña. En su delirio final evocaba noches de triunfo. Los últimos hilos de su voz fueron para alguna de sus jotas más queridas. Fue enterrado en la ciudad gallega y su cadáver se trasladó dos años después al cementerio de Torrero, en Zaragoza. Otro 29 de Mayo, el de 1959, se colocó en un panteón definitivo, muy próximo al de su paisano Joaquín Costa. Ahí, en el aniversario de su muerte, aunque algunas primaveras más jóvenes, hemos atendido emocionados, tras el responso conmemorativo, las notas inolvidables de aquel ‘Adiós a la vida’, con el timbre purísimo de aquella voz inigualable. Hoy, aun cuando su memoria se mantiene milagrosamente viva entre su pueblo, pensamos que Fleta merece una revisión más generosa que nos acerque al hombre, nos recuerde el prodigio de su voz y nos permita un poco de justicia con aquel inmenso artista que supo proyectar el nombre de Aragón y de España entre los aficionados de medio mundo.

Para la historia quedan la fama y la figura del genio, aquel temperamento romántico, sus interpretaciones veristas que arrebataban al público, aquel registro tan amplio, cálido, bello, como poquísimos en su siglo, ese legendario re sobreagudo que el compositor no incluía en la partitura por considerarlo fuera del alcance humano… y que el tenor aragonés lograba en sus noches divinas.

Para el futuro próximo queda el homenaje que el Ayuntamiento de su Zaragoza querida ofrecerá desde las tablas de su más emblemático y centenario coliseo para recordarnos que la voz y el mito siguen vivos y que reclaman el orgulloso reconocimiento de sus paisanos.

José María Turmo Molinos es director del Teatro Principal de Zaragoza

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión