El virus del odio

Opinión
'El virus del odio'
KRISIS'20

Hace unos días ‘cayó’ en mi ordenador una columna de Pedro G. Cuartango, ‘Por qué amo a Spinoza’. He de confesar que admiro y leo a este periodista desde hace décadas. Busco sus textos. Casi siempre encuentro en su palabra algo para pensar o aprender. En esta ocasión sirvió de espoleta, escribe: "Si tuviera que llevarme un libro a una isla desierta sería la ‘Ética’ de Spinoza. Durante muchos años, he tenido esta obra en mi mesilla de noche y me ha servido de fiel acompañante cuando he tenido que viajar. Cuando he estado deprimido o triste, siempre he recurrido a Spinoza". Leer esa pieza sirvió para llevarme a la estantería donde tengo un ejemplar, junto con el ‘Tratado Teológico-Político’ de Baruch Spinoza (1632-77). Es una edición de bolsillo que compré hace mucho, que empecé y nunca he terminado de saborear. Ahora he aprovechado para sumergirme de nuevo en sus páginas.

En mi caso, no es el libro que me llevaría a una isla desierta. Pero sí lo tengo entre los imprescindibles. Sin sentirme tan ‘enamorado’ como Cuartango, tiene mucho de estimulante. Como cuando dice "es libre el que está conducido únicamente por la razón" y sitúa la conciencia personal como pilar para distinguir el bien y el mal, para pasar de la servidumbre a la libertad. Un asunto intransferible que describe con una frase: "La servidumbre humana reside en la impotencia de moderar y reprimir las pasiones". Y poco después explica: "La naturaleza no hace más que seguir su orden necesario. Si el hombre quiere dominar a las pasiones, debe considerarlas como parte de la naturaleza humana y, por consiguiente, del orden universal en que figura ésta. Sólo así podrá pasar de la servidumbre a la libertad, del mal al bien". ¡Tela!

También hay otras proposiciones de Spinoza que conviene repetir para iluminar la pandemia social y política que está causando el virus de Wuhan. Por ejemplo, la XLV de la parte cuarta: "El odio no puede ser nunca bueno". Y complementa: "Todo lo que apetecemos a causa de afectarnos el odio es vil e injusto en la ciudad". Antes de llegar a ese punto en la Proposición XXXIV afirma: "En tanto están los hombres dominados por afecciones que son pasiones, pueden ser contrarios los unos a los otros".

Y su demostración parece escrita para explicar nuestras circunstancias políticas: "Un hombre, por ejemplo, Pedro, puede ser causa de que Pablo esté contristado, porque tiene algo semejante a una cosa que odia Pablo o porque Pedro está solo en posesión de una cosa que Pablo ama también; o por otras causas; por lo que sucederá que Pablo odiará a Pedro; y, por consecuencia, ocurrirá fácilmente que Pedro a su vez odie a Pablo, y así se esfuercen en hacerse mal el uno al otro, es decir que sean contrarios. Pero una afección de tristeza es siempre una pasión, por consiguiente, en tanto que los hombres están dominados por afecciones que son pasiones, pueden ser contrarios los unos a los otros".

Esto lo explica en el escolio: "He dicho que Pablo puede odiar a Pedro, porque imagine que Pedro posee lo que él también ama; a primera vista parece seguirse de aquí que esos dos hombres se perjudican mutuamente porque aman el mismo objeto, y por tanto concuerdan en naturaleza […] Esos dos hombres no son objeto de pena uno para otro en tanto concuerdan en naturaleza, es decir, aman los dos la misma cosa, sino en tanto difieren entre sí. En efecto, en tanto que ambos aman la misma cosa, el amor es alimentado por esto, es decir, es alimentado el gozo de uno y otro. No son, pues, objeto de pena uno para otro en tanto aman la misma cosa y concuerdan en naturaleza. Lo que les hace mutuamente objeto de pena [es] la diferencia de naturaleza supuesta entre ellos. Suponemos, en efecto, que Pedro tiene la idea de una cosa actualmente poseída por él, y Pablo, por el contrario, la de una cosa amada actualmente perdida. Por esto ocurre que el uno está afectado de tristeza, el otro de gozo, y que en esta medida se sean contrarios mutuamente. Podemos con facilidad demostrar de esta manera las demás causas de odio que dependen sólo de que los hombres difieren en naturaleza y no de aquello en que concuerdan".

¿Serán capaces nuestros políticos de vencer el virus del odio "con la fuerza de alma y la generosidad" que reclama Spinoza?

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