Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Tienen miedo las élites?

Opinión
¿Tienen miedo las élites?
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Ortega y Gasset describió en ‘La rebelión de las masas’ (1929) una Europa desnortada tras la I Guerra Mundial. Las sociedades se rebelaron contra las élites dirigentes y las culparon de todos los problemas. El populismo arrolló a los partidos tradicionales. El comunismo y el fascismo conquistaron a las masas asustadas. Y todo se precipitó en la II Guerra Mundial. Con más de 60 millones de muertos sobre los campos de batalla, Occidente asumió un nuevo paradigma: las élites tenían tanto miedo a un contagio del comunismo soviético que recuperaron el pactismo social. Así se fortalecieron las clases medias durante décadas a través del Estado del bienestar. Hobsbawm, en su ‘Historia del siglo XX’, destaca la ironía de que el resultado más perdurable de la Revolución bolchevique (1917), cuyo objetivo era acabar con el capitalismo a escala planetaria, fuera el de haber salvado a su enemigo acérrimo, al proporcionarle el incentivo (el miedo) para reformarse desde dentro.

Hoy, la democracia retrocede en el mundo. El liberalismo (de izquierda y de derecha) se ve zarandeado por el auge del populismo (de izquierda y de derecha). La causa principal de la pujanza de los caudillismos y ultranacionalismos es la ruptura del contrato social que se implantó tras la II Guerra Mundial. Este pacto entre las élites y las clases medias les otorgaba a éstas derechos y deberes, y les proveía de un marco de seguridad. Ahora ya no es así. En los años noventa, con el colapso de la URSS, este consenso social-liberal se resquebrajó rompiendo la conexión entre crecimiento económico y progreso social (Tony Judt). Y la crisis financiera del 2008 generó una década de austeridad que ha acelerado la decadencia de los dos pilares que han sostenido la hegemonía de Occidente: la democracia liberal y el capitalismo.

La revolución antiliberal se sustenta en la reacción de gente que se siente traicionada por las élites porque el ascensor social se ha detenido (Thomas Piketty). A ellos se une el resurgir nacionalista de los países que perdieron la Guerra Fría (Ivan Krastev) y el enfado de amplios sectores con los excesos del capitalismo. Daniel Ziblatt y Steven Levitsky advierten en ‘Cómo mueren las democracias’ (2018) del peligro del inapreciable deslizamiento gradual hacia el autoritarismo.

Michael J. Sandel, Premio Princesa de Asturias y considerado el ‘filósofo vivo más relevante’, acaba de pedir que reflexionemos, como demócratas, sobre qué actividades contribuyen al bien común y cómo hay que recompensarlas, sin dar por supuesto que los mercados lo van a resolver: ¿Deberíamos pensar en un subsidio que permita a los trabajadores tener unas familias, unos barrios y unas comunidades florecientes? ¿Deberíamos reforzar la dignidad del trabajo trasladando la carga impositiva de las rentas salariales a las transacciones financieras, el patrimonio y el carbono? ¿Deberíamos revisar nuestra política actual de tipos fiscales más elevados para las rentas del trabajo que para las del capital? ¿Deberíamos fomentar la fabricación nacional de ciertos productos (empezando por el material sanitario), en lugar de trasladarla a países con salarios más bajos?

Sandel y otros pensadores de referencia hacen un llamamiento a aprovechar la crisis del coronavirus para acometer una necesaria renovación cívica y moral. Suman su voz a las que desde el estallido de la crisis de 2008 hablan de refundar el capitalismo. La coincidencia de la desigualdad, el populismo, el cambio climático y la emergencia sanitaria y económica de la covid-19 puede ser la ‘excusa’ que necesitan las élites occidentales para apoyar un nuevo contrato social verde que haga que los mercados vuelvan a crear prosperidad inclusiva y sostenible.

El ‘establishment’ económico viene discutiendo en los últimos años de este cambio de paradigma. El pasado mes de agosto se dio a conocer un documento de la ‘Business Roundtable’, asociación que reúne a 200 de las mayores empresas de EE. UU., donde coloca a los propietarios al mismo nivel que los trabajadores, clientes, proveedores y comunidades. Y en enero de este año, el Manifiesto de Davos apostaba por el ‘stakeholder capitalism’ o capitalismo de las partes interesadas.

La cuestión es si, del mismo modo que la amenaza del comunismo forzó un gran pacto social desde 1945, los cambios actuales serán el catalizador que precipite otro. La clave de si va a haber una refundación del capitalismo es cuánto miedo sientan hoy las élites a perder su estatus de grupo dirigente. 

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