Demasiada improvisación
La gestión que el Gobierno viene realizando del coronavirus se caracteriza por su constante improvisación. Si bien fue más entendible en marzo, porque negligentemente no se habían activado con anticipación los planes para hacer frente a la pandemia, ahora es inaceptable. No se puede decir que el estado de alarma es imprescindible para llevar a cabo la desescalada hasta julio y, apenas 24 horas después, anunciar que varias autonomías saldrán del estado de alarma «los próximos días». Sánchez improvisa por su obvia debilidad parlamentaria, pero también porque ha dilapidado su crédito negociador al impulsar maniobras tan incoherentes como pactar con Bildu.
La Moncloa es tan consciente del desconcierto que ha causado el pacto a escondidas con Bildu en su búsqueda de apoyos a la última prórroga del estado de alarma, que concluye el 7 de junio, que ya no da por seguro ni siquiera que vaya a solicitar una sexta prolongación. La consecuencia es que en menos de una semana Pedro Sánchez ha pasado de solicitar una prórroga de un mes de duración (finalmente han sido dos semanas por exigencia de Ciudadanos y otros partidos que la apoyaron) a dejar en el aire su petición y a anunciar, ayer mismo en la undécima conferencia de presidentes autonómicos, que «si nada se tuerce» muchas Comunidades estarán fuera del estado de alarma «a lo largo de los próximos días».
Tanta improvisación mina la imprescindible estabilidad que las instituciones necesitan para sentar las bases que permitan a España salir cuanto antes de la crisis socioeconómica. Además, daña la imagen exterior del país cuando se siguen negociando en Bruselas las ayudas de la UE a los países miembros. Del presidente del Gobierno es la responsabilidad de dejar de improvisar, de fijar unos criterios claros, de actuar con transparencia y de lograr un gran acuerdo de Estado acorde a la magnitud de los desafíos.
