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Cajal y el optimismo

Imagen Ramón y Cajal.
Imagen Ramón y Cajal.
Gobierno de Aragón

Los médicos tienen fama de ser malos enfermos. En el caso del sabio Santiago Ramón y Cajal, él mismo se lamenta de ello: "¡Qué pena ser médico y enfermo a la vez!", exclama en sus memorias de infancia y juventud al reconocer los síntomas de una grave afección pulmonar que sufrió en 1878, a los 26 años. Cuenta que una noche que estaba en el jardín del Café de la Iberia, en el paseo de la Independencia de Zaragoza, jugando al ajedrez con un amigo, le acometió una hemoptisis (expectoración de sangre). No dijo nada, se fue a su casa, cenó y se acostó. Pero le sobrevino un nuevo y agudo ataque que le obligó a contárselo a su padre. Tardó meses en recuperarse y en ese tiempo cayó en el abatimiento y la desesperanza. El joven Cajal llegó a dar por perdida su carrera e incluso su vida. Su padre le envió a Panticosa para que recibiera los acreditados baños y paseara y se fortaleciera por San Juan de la Peña, con su hermana Pabla de enfermera. La alimentación suculenta, las giras diarias por los bosques, las excursiones fotográficas a Santa Cruz de la Serós fueron, según apunta, reconstituyentes que le devolvieron el vigor del cuerpo y la serenidad del espíritu. "Grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte", escribió.

Su monumental obra da medida de su recuperación. De la necesidad de sobreponerse a la adversidad escribe Cajal  en su obra ‘Los tónicos de la voluntad’, con unas palabras que  conviene atender en estos momentos difíciles: "Huyamos del pesimismo como de virus mortal: quien espera morir, acaba por morir; y, al contrario, quien aspira a la vida, crea la vida. Seamos, pues, optimistas, porque sólo la alegría y serenidad se sienten fuertes y trabajan y esperan".

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