Los objetivos de la Agenda 2030 no son solo un compromiso para empresas y organizaciones, sino para todos los ciudadanos.
Las manos.
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Estos días de confinamiento en los que estamos recibiendo noticias permanentemente, un artículo cotidiano absolutamente irrelevante a primera vista ha tomado un protagonismo que nadie esperaba, los guantes. Esa pequeña pieza de goma no se ha convertido ‘per se’ en bien de primera necesidad. Es su función protectora lo que ahora echamos de menos. Son los órganos que protegen, nuestras manos, tan imprescindibles y tan humanas a la vez, los que los han puesto en primera línea.

Las manos y las capacidades que nos han permitido adquirir son fundamentales en la evolución humana. Han sido las puertas de la tecnología que han posibilitado al hombre colonizar todos los hábitats de la Tierra. Hablamos siempre de que lo que nos distingue de otros seres es nuestra inteligencia, lo cual es cierto, pero sin nuestras manos seríamos como los antiguos griegos, que pensaron y especularon sobre casi todo. Nuestras manos son las que nos hicieron romanos y nos permitieron convertir el conocimiento en tecnología.

Las manos humanas pueden hacer muchas cosas. Pero me gustaría hablar de una cosa que no pueden hacer. En estos momentos de aislamiento o de distanciamiento, cuando se requiere practicar la solidaridad con aquellos que están más afectados, es cuando podemos darnos cuenta de que nuestra soledad es una restricción a la que no estamos acostumbrados y que nos afecta sobremanera. ¿Qué nos falta? Estamos bastante bien abastecidos, bien comunicados, los que no están contagiados, bien protegidos. No es lo material lo que añoramos. Es el contacto, el calor humano, una conversación cara a cara con los demás y, por qué no decirlo, un abrazo y un buen apretón de manos con nuestros amigos.

Las manos humanas, como dicen mis colegas científicos que trabajan con enantiómeros, no pueden superponerse. Pero esto en la vida real se traduce en que no podemos estrechar nuestras propias manos. Ese apretón que nos falta debe hacerse con otra persona inexorablemente. Pero esta necesidad se convierte en virtud si pensamos que esa otra mano que tenemos la podemos emplear para unirla a otro ser diferente al primero y, así, comenzar la cadena de apoyo y solidaridad que precisamos en estos momentos, aunque todavía tenga que ser de forma virtual. No pasa nada porque ahora no podamos tener contacto con otra piel humana. Ya nos llegará el momento. Los griegos antecedieron a los romanos.

Las manos nos enseñan también muchas más cosas. Una mano abierta es signo de paz, de petición, puede dar una caricia de consuelo o de amor. Pero si la cerramos se convierte en un puño que golpea sin piedad. Y si juntamos ambas se convierten en un aplauso que reconoce a los demás su esfuerzo y trabajo.

En momentos tan difíciles como estos pensemos que nuestras manos están ahí para estrecharse con otras, para aplaudir a los que se lo merecen, para acariciar a los que nos aman. Cuanto más añoremos todo esto ahora, mejor saldremos todos de esta crisis. Ojalá que aprendamos algo de todo esto. Ojalá que sigamos sintiendo la necesidad de compartir cuando esto acabe. Aunque suene paradójico, somos víctimas del agotamiento por no poder hacer casi nada. Aunque la búsqueda del tiempo perdido es algo que solo lleva a la nostalgia, pensemos en todas esas manos que no hemos podido apretar durante todos estos días y lo que vamos a hacer cuando seamos libres nuevamente.

No sabéis las ganas que tengo de salir de este confinamiento y estrechar las manos de todos vosotros. 

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