Por
  • Guillermo Pérez Sarrión

Pandemia alemana

La canciller Angela Merkel el pasado jueves en Berlín.
La canciller Angela Merkel.
SEAN GALLUP/EFE

La forma de gestionar la pandemia está mostrando lo peor y lo mejor del ser humano: individualmente, las trampas insolidarias al confinamiento; nacionalmente, la insoportable ignorancia de dirigentes políticos como Sánchez, empeñado en su alianza con independentistas y radicales; de Casado, con una política de confrontación primaria sin pactos ni alternativas. Y también, con nuevas tensiones en la Unión Europea creadas por países llamados a lo contrario.

Es Alemania. ¡Qué decir! Casi todos han olvidado la destruccción sin fin: el apoyo popular al nazismo, el holocausto, el saqueo alemán de toda Europa, la cómoda permanencia en el país de millones de hombres nazis sin juzgar, la desaparición por arte de magia de todas las mujeres nazis, que se casaron o desaparecieron, la creación de un nuevo país tutelado por Estados Unidos, que por conveniencia política no siguió el plan inicial de convertir la industria del Ruhr en campos de patatas, tuteló la alemana Ley Fundamental de 1949 y, con el Plan Marshall, sembró un río de dinero para que fuera baluarte contra el estalinismo en la Guerra Fría.

Y todo fue cambiando. El país, recuperado, creó la leyenda de que sus habitantes eran solo buenos ciudadanos que no habían tenido que ver con el nazismo y que solo su esfuerzo había recuperado un país que era otra vez el modelo para Europa y el mundo. La carambola de la caída del Muro y la reunificación hicieron el resto. Alemania quería liderar la Unión Europea cuando aún existía la ilusión de una futura unión política, que tuvo su oportunidad frustrada cuando los franceses y los neerlandeses dijeron no a la constitución europea.

Desde entonces, la creación del euro, la insistencia en el control del déficit, el decisivo peso alemán en la Comisión Europea y el Eurogrupo, en la admisión de nuevos países, hicieron creer que simplemente quería imponer un pensamiento económico propio, el ordoliberalismo de Fráncfort, el capitalismo renano. Pero no era ordoliberalismo, era nacionalismo. El euro se creó a imagen y semejanza de los votantes alemanes: su tipo de cambio exterior, respaldado por el Banco Central Europeo y una cesta de países en situaciones dispares pasó a ser claramente más bajo que el que tenía el marco alemán solo, con lo que los países mejor preparados para exportar con esta devaluación de facto podían vender un 10-20% más barato. Ventaja para Alemania, que aumentó su posición de mayor exportador europeo.

La renuncia de los demás países europeos a una política monetaria propia solo tenía sentido dentro de un proceso de convergencia que había de llegar al plano fiscal, laboral y político, pero los alemanes, Merkel, Schäuble, no quisieron seguir. Habían ganado. La crisis de 2008 mostró las vergüenzas, Alemania la retrasó un par de años para que los bancos alemanes tuvieran tiempo de quitar de sus balances la deuda de los países del sur, Grecia sufrió un rescate humillante y disparó su deuda a cerca del 200% del PIB. En España, lo sabido, 25% de paro, ajuste laboral, miseria popular, ejecuciones hipotecarias, rescate de bancos. La irresponsabilidad gestora de nuestros dirigentes –Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez– hizo el resto.

Y llegó la pandemia y Alemania otra vez se negó a autorizar a la Comisión Europea las subvenciones, la emisión de deuda europea mutualizada que beneficiaría al conjunto, la exigencia de responsabilidades a los países ‘derrochadores’ del sur europeo; la disposición a dar solo créditos y condicionados. Sálvese quien pueda. Eso es nacionalismo: Merkel puede ser a la vez una buena gobernante, muy conservadora, y muy nacionalista. Eso le da votos en Alemania y la opinión pública alemana contra la deuda europea es fomentada desde el propio gobierno porque da votos al partido gobernante, CDU-CSU.

El último episodio es la declaración del Tribunal Constitucional alemán cuestionando la legalidad del programa de compra de bonos alemanes que el BCE sigue para reducir el diferencial de interés entre los bonos de los países del norte y los del sur. Esto puede romper la Unión. La Constitución alemana y su Tribunal Constitucional no están por encima de los tratados de la UE y las sentencias del Tribunal Europeo de Luxemburgo. Si fuera así, la Ley Fundamental alemana de 1949 pondría por sí misma límites a las instituciones europeas y no al revés, y en la práctica la Unión Europea jurídicamente dependería de Alemania. Veremos en qué acaba todo. Y otro día nos ocuparemos del bonito paraíso fiscal de los Países Bajos, otro país perfecto.

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