Sin duda: pueden hacerlo mejor

Las sesiones del Congreso transmiten el autorretrato de los oradores.
Las sesiones del Congreso transmiten el autorretrato de los oradores.
HERALDO

Folio tras folio, leyendo lo mejor que sabía sus razones, el hombre pedía el apoyo de los diputados para una iniciativa del Gobierno. La propuesta gubernamental que defendía es de una especie particular, la cual debiera ser excepcional y rara, pero a la que, entre unos y otros, han convertido en lo más común del mundo. La Constitución da a entender lo contrario, puesto que estipula (en el artículo 86) que solo puede recurrirse a ese expediente en ocasiones de necesidad "extraordinaria y urgente". Esta poderosa y excepcional herramienta política se llama real decreto ley y, créase o no, es el pan nuestro de cada día.

Su nombre intenta describir de qué se trata. Es decreto, porque lo ordena el Gobierno, no el Parlamento; es también ley, porque viene a tener la fuerza de una ley discutida y aprobada por las Cortes Españolas (en rigor, solo puede llamarse ley a la norma que tiene esta calidad parlamentaria); y, en fin, es real, porque, como sucede con las leyes estatales propiamente dichas, obliga al país entero y necesita la firma del rey como jefe del Estado para ser publicada y cobrar así pleno vigor.

Todos los gobiernos españoles han recurrido con mucha, muchísima frecuencia a este método que, en teoría, debiera ser excepcional. Es curioso comprobar cómo se lo reprochan unos a otros incesantemente, según el tedioso procedimiento del ¡pues, anda, que tú...!. Llevan la cuenta minuciosa y recíproca, para echársela en cara respectivamente: el PP al PSOE y el PSOE al PP, sin que ninguno de los dos parezca aburrirse con esta simpleza.

Excepto en muy pocos casos –salvo error, solo en dos–, el Tribunal Constitucional, cuando le han llegado quejas formales sobre supuestos abusos del Gobierno, ha dado siempre por bueno lo actuado mediante estos decretos leyes. En general, puede decirse que el real decreto ley, tan urgente y excepcional como parece que debería ser, es harto frecuente y sale bastante barato. Que se sepa, no desgasta políticamente.

Es verdad que hay que llevarlo al Congreso, como ha sucedido dos veces esta semana, pero, si se enuncia el asunto con rigor, ni siquiera se discute. Puesto que, en teoría, se trata de que España tiene un apuro urgente, se evita la discusión del texto, excepto sobre este punto preciso: ¿de veras es un caso extraordinario de urgente necesidad? Sobre eso nada más habrían de pronunciarse los diputados, aunque parezca que estén haciendo otra cosa cuando están en sesión. (Lo parece porque, en efecto, sí están haciendo otra cosa y estamos ya tan deseducados en la materia como ellos mismos). Todos se afanan en decir lo que piensan y con el mayor detalle posible sobre el contenido, para sacarle faltas sobre todo, y casi nunca sobre si de veras es ‘extraordinaria y urgente’ la necesidad que, en principio, es el motivo del real decreto ley, según la Constitución.

Una semana oratoria

Volvamos al principio. Tal coyuntura volvió a darse este jueves. En boca del ministro de Justicia Campo, que pide la validación excepcional de un importante real decreto ley, resultaba entre risible y detestable esta afirmación suya: "Sin duda, podemos hacerlo mejor, no les quepa la menor duda". Pero, hombre de Dios, ¿por qué no lo ha hecho ya, si dice que se puede?

Y el ministro volvió a ser tajante: "La unanimidad no se da en ámbitos democráticos como este", en referencia al Parlamento. No reparó en que los asistentes, incluido él, habían callado ya unánimemente y durante un minuto, por sugerencia luctuosa de la presidenta Batet, que luce mucho en los ritos ceremoniales y en sus recitaciones contables.

Hubo más momentos para el deleite o el pasmo, a escoger. El batasuno Oskar (sic) Matute, dio una espesa clase de mus; muy mal explicada porque lo hizo con sus propias palabras, en vez de atenerse al cristalino refranero (‘Jugador de chica, perdedor de mus’). Y soltó, a las 15.10, que "la ciudadanía estaba dando un ejemplo ejemplar". A ver quién discute que el ejemplo es ejemplar. Su paisano el aranista Legarda, parecía algo más leído, pero no: habla de la covid 19 como si fuera un virus.

La señoría popular Echániz, que dio un buen repaso a la ministra Ribera, usa como muletilla el anacoluto "Créame que les diga" y, en pleno revoltillo mental, reprocha al Gobierno actuar "con ocultismo" (bis). Ya querría el Gabinete saber de ciencias ocultas para salirse de los barullos que fabrica. Pero, por desgracia, va a ser que no.

El premio a la innovación científica ha de ser, sin discusión, para la señoría Celaá, que ha establecido el siguiente principio: "No se puede sorber y absorber a la vez". Eran las 11.07 cuando obsequió al mundo con tan notable observación. Valdrá la pena comprobar si el sorprendente enunciado constará como lo dijo en el Diario de Sesiones.

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