Por
  • Arturo Aliaga López

En el hospital de las emociones

Aliaga, con una parte de los profesionales que lo atendieron, en el momento de recibir el alta en el Hospital Clínico de Zaragoza.
Aliaga, con una parte de los profesionales que lo atendieron, en el momento de recibir el alta en el Hospital Clínico de Zaragoza.
E. P.

Después de 31 días en esa habitación 1.124, mi celdita, quiero manifestar mi satisfacción por lo que ha significado para mí convivir con vosotros este mes de mi vida, y expresar mi gratitud por hacer que esta experiencia haya sido extraordinaria. Quiero deciros que los malos ratos y mis pequeños sufrimientos en esa planta 11 no significan ni la millonésima parte de lo que he recibido a cambio. El tratamiento, aunque sea necesario, no tiene emociones ni cara ni ojos. Vosotros sí. Gracias, por vuestra profesionalidad y humanidad.

Debo agradecer al personal de urgencias que me acogió aquel sábado 28 de marzo. A las personas que han conducido las camillas con pericia de pilotos de avión entre pasillos, reforzados de material médico en viajes ‘turísticos’ a Radiología. A los equipos encargados de nuestra alimentación en el hospital, desde quien selecciona los productos a quien los cocina. Decía George Bernard Shaw que «si hay un amor verdadero es el amor por la buena cocina». El pan recién tostado del desayuno en un sobrecito para que nos llegara caliente, la fruta con su maduración óptima y los menús. El potaje de garbanzos, las patatas marinera, la paella, las sopas de cocido, las borrajas, las menestras, el pescado, la ternera a la jardinera, el revuelto de ajetes y bacalao... hasta el panecillo me lo guardaba para untar. ¡Qué sinfonía de sabores!

A los equipos de limpieza de la habitación. Ni un rincón quedaba libre cada día. A veces pensaba, «me van aplicar el desinfectante también a mi». A todo el magnífico equipo de auxiliares: Clara, Leticia, Begoña, Eva... Cuando les decía que en casa cambiamos las sábanas cada siete días, me contestaban: «Esto es un hospital, Arturo», mientras estiraban las sábanas para que no quedará ni una arruga. Disculpad por no tener tiempo para apuntar los nombres de todas. Cuando intuí que me podían dar el alta ya era tarde.

Agradecimiento al equipo de enfermería: Raquel, Sara, Frank, Patricia, Toñi, Silvia, Mónica, María Jesús, Ester, Pilar... por su excelencia. Por su maestría en las extracciones de sangre, en abrir vía sin que sintiera el pinchazo. Me preguntaba si ahora las agujas son virtuales. Y cito especialmente a Lola García, que me trajo de su casa unas zapatillas con el nombre de un centro comercial aragonés y apostilló: «No le voy a traer a usted unas que tengo que pone Moscú». El día que los niños salían del confinamiento le pregunte qué iba a hacer y me dijo: «Como soy soltera me iré al parque con mis muñecas». Profesionalidad, cariño e ingenio con el extraordinario esfuerzo que exige trabajar con esos equipos de protección, escafandras, refuerzo y mascarillas.

Gracias también al equipo de doctores, Santiago Letona, José Ramón Paño, Dra. Sierra, Dra. Burillo, Dra. Carla Toyas, Dra. Sanjoaquín y otros. He estado en las mejores manos. En mi vida social tengo grandes amigos médicos y sus mensajes eran solo para comunicarme que ese equipo me sacaría de allí. Esto ratifica, querido doctor Letona, el alto aprecio y consideración que tienen sus colegas de su trabajo y el de su equipo. Cuestión que ya me habían transmitido fuentes más cercanas en experiencias anteriores con ustedes. Y no quiero pasar por alto la comunicación con mi ‘doctorcito’, que tanto les admira.

Voy terminando como comencé. Yo he puesto uno y vosotros hasta el millón. Lo escribí hace unos días, estáis derrotando a un dragón no imaginario, no de leyenda sino real e imprevisible, que está causando mucho sufrimiento. Una chica granadina de 14 años me envió una hermosa carta deseando mi recuperación. Dios manda a las batallas más difíciles, decía, a los mejores guerreros. Ahí estáis, con coraje, preparación, entusiasmo, dedicación y sacrificio, arriesgando vuestra propia salud y vida por el alto riesgo de contagio. Sois la esperanza de muchos aragoneses. Los guerreros para derrotar al virus.

No os he podido abrazar ni siquiera ver vuestras caras al marcharme. Cuando todo se normalice volveré a la planta 11 para que me dejéis mirar por la ventana y sentir que los ángeles de la guarda de la salud de los aragoneses siguen allí. Dejadme también que haga partícipe de este agradecimiento a todo el sistema sanitario aragonés. Un millón de gracias.

Arturo Aliaga López es vicepresidente del Gobierno de Aragón y presidente del PAR

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