Por
  • Carlos Martínez Mongay

Sonámbulos

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en una comparecencia de este viernes.
Consejo Europeo.
Francois Lenoir/Reuters

Hacia finales de 2008, un tal Brown, a la sazón ministro del Tesoro del Reino Unido, acudió al Eurogrupo para explicar que se enfrentaba a una crisis financiera global que se llevaría por delante decenas de bancos. No se enteraron. Fueron sus patrones, el Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno (el Consejo), los que tomaron las riendas. Entendieron que una crisis financiera solo se resolvía capitalizando y reestructurando los bancos viables y liquidando los que no lo fueran. Para ello había que adaptar las reglas de ayudas de Estado y permitir la capitalización de los bancos con dinero público, pues en caso contrario muchos de ellos quebrarían llevándose el dinero de depositantes, ahorradores y empresas. Dicho y hecho. Eso sí, cada uno salvaría ‘sus’ bancos con ‘su’ dinero.

El Consejo entendió también que la recesión iba a ser muy profunda, se convirtió al keynesianismo y decidió que hacía falta adoptar estímulos fiscales de forma a nivel nacional, y en 2009, todo el mundo se puso a gastar. Al año siguiente el BCE, capitaneado por el Sr. Trichet y espoleado por el economista jefe Stark, decidió que los Estados miembros se habían endeudado en demasía y convirtió al Eurogrupo a la doctrina ordoliberal. Decretaron que la crisis financiera era una crisis fiscal. Además, los déficits por cuenta corriente –que simplemente reflejan el exceso de la inversión respecto del ahorro– se consideraron como un indicativo de falta de competitividad –esa obsesión peligrosa, que diría Krugman–. El resto es historia.

La medicina, la consolidación presupuestaria, lejos de curar al paciente por poco se lo lleva por delante. Afortunadamente, a mitad de 2012, Mario Draghi anunció que estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para proteger el euro. Compró deuda pública en los mercados secundarios y bajó la tensión sobre las primas de riesgo, poniendo las bases de la recuperación económica de 2014.

Ahora estamos luchando contra un enemigo global, el coronavirus, para el que nadie estaba preparado. En el plano sanitario la lucha exige disponer de todos los esfuerzos que sean necesarios. Desgraciadamente, es una batalla cruenta que dejará heridas permanentes. Los que se van son irreemplazables. La lucha contra el coronavirus exige también un gran esfuerzo económico. En este frente, el económico, no solo hay que ganar la guerra, hay que hacerlo pronto y sin heridas permanentes. Esto requiere inyectar liquidez para evitar que los cierres temporales de empresas se conviertan en definitivos. Nadie puede quedar atrás, ni parados ni familias vulnerables. En fin, hay que endeudarse.

La buena noticia es que el BCE no ha olvidado. Ha reaccionado con un bazuca de casi 900 mil millones de euros. Esta potencia de fuego puede ser suficiente para evitar que los países más endeudados sean expulsados de los mercados primarios de deuda, como ya pasó entre 2010 y 2012. Podría ser suficiente, por el momento.

La mala noticia es que de nuevo ni el Eurogrupo ni el Consejo Europeo no se enteran o quieren enterarse de lo que está pasando. No, esto no es una crisis fiscal. Es una crisis global provocada por un agente fuera del control de los gobiernos. Esto lo ha entendido hasta Trump, que junto al bazuca de la Reserva Federal ha lanzado el del Tesoro. Los americanos van a salir endeudados, pero la deuda será de todos, tanto de California como de Nevada o de Míchigan.

La eurozona también va a salir endeudada, pero cada uno con su propia deuda. La pregunta pertinente es qué pasa si un Estado miembro sale de la crisis con un nivel de deuda insostenible. Pues solo pueden pasar dos cosas. Una, que se le ayude mutualizando parte de su deuda –los famosos eurobonos–. Dos, que suspenda pagos y tenga que salir de la eurozona. En este caso, señores del Consejo, tendrán que elegir entre la repugnancia y la solidaridad. Si eligen lo primero, pueden destruir mucho de lo que se ha construido en Europa en las últimas siete décadas. ¡Dejen de dirigirse hacia el precipicio como sonámbulos, despierten y den media vuelta! 

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