23 de Abril con virus

IND119216 Portrait of Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1615) 1600 (oil on panel) by Jauregui y Aguilar, Juan de (c.1566-1641); Real Academia de la Historia, Madrid, Spain; Index; Spanish, out of copyright IND119216
Miguel de Cervantes pintado por Juan de Jáuregui.
HERALDO

En este Día del Libro que ha pasado con pena y menguada gloria, dice Paco Goyanes en un informativo nacional que estaría bien resucitar la ‘cuenta de librería’. En ‘Pórtico’ la tuve mucho tiempo. El cliente, compre o no, hace un abono mensual y la cuenta, con sus arribas y abajos, la gestiona el librero de confianza. Es una buena vieja idea.

El Día Internacional del Libro fue, primero, Día de la Lengua Española. Nació en Barcelona por iniciativa del olvidado editor valenciano Vicente Clavel. Puesto que el día natal de Cervantes no puede probarse, se optó por el día de su muerte (en realidad, el de su sepelio, un día después). Primo de Rivera dio el respaldo legal y Alfonso XIII lo suscribió (a veces, atinaba).

El penúltimo separatismo catalán, máxime desde que el ofidio Pujol dijo que admiraba a Cervantes como cosa ajena, ha raspado aplicadamente el rastro de Don Miguel de las celebraciones oficiales en Cataluña. Va cundiendo el ejemplo: el jueves, en un informativo de TVE 24 Horas, una gaznápira, y desde Alcalá de Henares, dijo que se conmemoraba a «Miguel Cervantes». Cualquier día esa criatura parlante u otra equivalente, criadas a las ubres de la Logse, nos hablarán de Calderón Barca, Lope Vega y Tirso Molina.

Deudas con Sijena

El separatismo catalán de ahora, engreído e hiriente con un Gobierno de España mendigo de sus (pocos) votos, exhibe tal infatuada superioridad que anda pregonando cómo la culpa de las muertes víricas en Cataluña se debe a la actitud española de no reconocer su ‘derecho a decidir’: una ucronía más en su larga lista de agravios imaginados.

A propósito del 23 de Abril y con los pies en el suelo, como mortales ajenos a las cimas olímpicas de estos intrigantes, recordemos pedestremente que la divina Generalidad debe todavía al rudo Aragón docenas de bienes artísticos retenidos contra derecho. Y, además, pide dinero a las monjas por los pocos que les ha devuelto, a fuerza de sentencias: trescientos mil euros para ‘gastos de conservación’, también de los objetos reintegrados en estado deficiente.

Cuatro investigadoras aragonesas (Carmen Morte, Ana Ágreda, Carolina Naya y Elisa Ramiro) han publicado un estudio (accesible en el portal digital de la Institución ‘Fernando el Católico’) en ‘Emblemata’, revista académica que fundó Guillermo Redondo. Comentan el testamento de María de Urrea, priora en 1521, que suministra valiosos datos sobre artistas que trabajaron para el cenobio. La cosa es que el documento, como otros más, ha estado en poder de la Generalidad muchos años... sin que nadie lo estudiara. (¿Para qué querrán estas cosas que no son suyas?).

Aragón también tiene su propia deuda con el Real Monasterio de Santa María de Sijena. En enero caducó el convenio por el que las propietarias, las casi extinguidas monjas sanjuanistas, cedían parte del espacio, para hacerlo visitable. La DGA está comprometida a mantener en buenas condiciones el gran recinto, ya en parte convertido en museo, y mantiene, aunque enfriado, su programa de actuaciones. Esperemos que las monjas pidan contraprestaciones razonables.

Un ‘Cervantes’ catalán

También es el día del Premio Cervantes. «Fidelidad a la vida», así resume José-Carlos Mainer el estro de Joan Margarit, arquitecto ilerdense, Premio Nacional de Poesía en 2008 y Premio Cervantes este año. Se lo hubieran entregado los reyes el jueves, en Alcalá de Henares, cuna del inmarcesible Don Miguel. Margarit publicó en 2015 un lírico y expresivo poemario. Bilingüe perfecto en catalán y castellano, escribe en una lengua y a menudo rehace lo mismo en la otra, casi nunca traduciendo al pie de la letra. Así, su libro ‘Des d’on tornar a estimar’, al que me refiero, no lo tituló en español ‘Desde dónde volver a amar’, sino ‘Amar es dónde’.

En él hay un poema, amargo y dolido, sobre la Ciudad Condal. Barcelona ha sido largamente su refugio vital y explica cómo la siente y percibe en los últimos años, casi perdiéndola. Y dice:

«Barcelona. / Su nombre es un refugio todavía. / La civil santidad de la codicia / y el exabrupto generoso / de Montjuïc, los muertos frente al mar. / ¿Dónde está aquella culta burguesía? / ¿Dónde, aquellos obreros que, además de su oficio, / se sabían poemas de memoria? / ¿Qué puede unirme aún a una ciudad / que veo con su cara maquillada, / como de madre muerta? / Callo mientras escucho los tranvías de hierro / que cuando yo era joven pasaban por la Rambla: / una sonata de pobreza y rosas. / Pero, en Montjuïc tengo dos hijas, / y ahora me ofende un gentío extraño / que se ciega en la fiesta innecesaria / de gélidos hoteles, de superfluos / escaparates. Suele, en los refugios, / hacer más frío que en ninguna parte, / desolada ciudad que haces de puta».

Así dicho. No requiere glosa.

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