Por
  • Francisco Bono Ríos

Heroísmo anónimo

MERCADO CENTRAL DE ZARAGOZA / CORONAVIRUS / 28/03/2020 / FOTO : OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]
Mercado Central de Zaragoza.
Oliver Duch

Es sabido que todas las grandes crisis acarrean cambios en la sociedad, y desde luego esta maldita pandemia no va a ser una excepción, y entre el amplio abanico de cuestiones, una va a ser ampliar el calificativo de ‘héroe’.

Hasta ahora las definiciones casi siempre se refieren al héroe en singular, con multitud de ejemplos que van desde los más universales –como Ulises o Eneas– hasta los más cercanos, como pueden ser nuestros héroes de la Independencia, cuyos nombres pueblan las calles de Zaragoza (que sufrieron, por cierto, el confinamiento de los Sitios).

Pero esta crisis ha puesto en evidencia otro tipo de héroes, no vinculados a grandes hazañas de guerra, o de aventuras. Son los héroes de la vida cotidiana, más bien identificados como colectivos y no como individuos aislados; son aquellos que arriesgan su propia integridad para que nuestra salud por un lado y nuestra vida cotidiana por otro lado sufran lo menos posible. Son esas personas a las que puede aplicarse la definición que la RAE hace de ‘heroísmo’: «Esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria».

Y aquí conviene distinguir varios tipos de héroes colectivos. Su enumeración sería inacabable, pero me atrevo a hacer referencia (que no clasificación) a dos tipos. El primero de ellos es, indudablemente, aquellos que están en la primera línea de fuego: sanitarios en general, personal de residencias, fuerzas de seguridad y colectivos afines. No es necesario extenderse en ello porque, entre otras cosas, ya nos estamos encargando los ciudadanos de tributarles diariamente merecidos homenajes. Tampoco debemos olvidarnos de los profesores, con su especial responsabilidad.

Pero hay un segundo bloque de personas que también merecen ser reconocidas, y me refiero a todos los que forman parte del tejido empresarial que atienden diariamente al público. Y en este momento surge la reflexión de que ahora –precisamente ahora– valoramos a muchas personas que anteriormente nos habían pasado desapercibidas e incluso que su trabajo no nos requería una especial atención.

Y caemos en la cuenta cuando hoy llama a nuestra puerta Ricardo, el repartidor del mercadillo donde nos sirve Toño, nuestro carnicero de siempre; o María Pilar, la florista de al lado, o el conserje de nuestra casa, que se pasa el día desinfectando el inmueble, o el vendedor de prensa que abre a diario para que llegue al público el duro trabajo de los periodistas en este trance o el empleado de banca que gestiona nuestros ahorros.

Y qué decir de los autónomos y los pequeños empresarios, auténticos afectados por esta pandemia. Agricultores, transportistas, comerciantes, hosteleros, libreros... son miles de ellos dependientes de sus ingresos diarios para subsistir. Ahora que no los vemos comprendemos que conforman la red o el paisaje cotidiano de nuestras vidas.

Esa gente se va a enfrentar a esfuerzos heroicos para recuperar sus actividades. Y el resto de la sociedad, los que estamos pasando este encierro con una cierta comodidad de nuestras casas, les debemos una recompensa y no hay otra mejor que comprar en sus tiendas, demandar sus servicios, alojarnos en sus pequeños hoteles de proximidad.

A los héroes de la Antigüedad se les premiaba con coronas de laurel y a los modernos con rótulos en las calles. Pues bien, a los héroes de ahora no les dejemos solos cuando volvamos a las calles.

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