El virus y el arrastre español
Asombrados por la sabiduría estéril de expertos de cinco continentes, desbordados por los desmentidos cruzados de catedráticos e investigadores de fuste, seguimos a la espera de la primera certidumbre, del primer elemento que nos fije un punto de fuga, un hilo de esperanza sobre la ventana de infortunios y malas noticias que arrastra el virus. La información sobre la pandemia sigue conteniendo una alta dosis de interrogantes, de preguntas sin respuesta, junto con una constatación innegable, empírica, de que seguimos perdiendo la batalla, pese a los megáfonos oficiales, las frases solemnes y los llamamientos patrióticos. La cadena de despropósitos, la que jamás habrá que olvidar, se inició al considerar la enfermedad una simple gripe, al llamar a la población a una tranquilidad que evidenciaba el nerviosismo de quien la proclamaba. También al tachar los gobiernos de irresponsables a aquellos que alertaban del peligro de la celebración de eventos en febrero, la increíble convocatoria ya en marzo de las manifestaciones por la mujer, el silencio cómplice de quienes no quisieron mirar de frente, la indolencia de la Organización Mundial de la Salud, incapaz de generar una alerta potente. Jamás se debió de dejar al albur de los gobiernos de turno decisiones clave ante una situación de una gravedad extrema. Se ha actuado tarde, se ha gestionado mal y se ha explicado peor. A quienes se agarran a un carné partidista, habría que indicarles que otros actuaron antes y a los que sostienen el carné contrario, la información internacional revela un desastre colosal, completo y global, en España y en Estados Unidos, pasando por Reino Unido, Italia y Francia. Mención aparte merecen los políticos y las idiosincrasias nacionales, donde España aglutina buena parte de los sinsabores: se firmó la investidura más arriesgada y radical en enero sin sospechar que nos íbamos a enfrentar al episodio más terrible en marzo. Algunos partidos siguen sin entender que el virus ni es de izquierdas ni de derechas, pero las soluciones a los problemas tampoco lo eran en enero, aunque sí pasaban por los consensos. Esa es la gran lección.