Por
  • José Tudela Aranda

El Parlamento inesperado

Los diputados han guardado varios asientos de distancia entre ellos como medida de prevención.
'El parlamento inesperado'.
Guillermo Mestre

Durante estos días, es recurrente leer entrevistas y artículos que buscan responder a la gran pregunta: ¿cómo será el mañana? Una pregunta, huelga decirlo, que hoy por hoy no tiene respuesta. Ese mañana no se encuentra predeterminado. Al menos, no en su totalidad. El cómo sea dependerá en buena medida de todos nosotros y de nuestros dirigentes. Por ello, más bien, la pregunta es ¿cómo debe ser el mañana? Un deber ser que habrá de construirse desde las lecciones y limitaciones que nos ha impuesto una crisis sanitaria que, entre otras cosas, debería sepultar la tradicional soberbia de Occidente.

Todas las instituciones sociales y políticas deben plantearse la pregunta y aproximarse a la respuesta. Porque una de las escasas certezas que hoy podemos tener es que emerge un tiempo diferente. Los cambios pueden ser más o menos intensos, coyunturales o estructurales. Pero en cualquier caso, serán relevantes. Preguntarse por el mañana del Parlamento no es del todo correcto. Se debería comenzar por preguntar por el futuro de nuestras formas de gobierno y, en particular, de la democracia. Pero es demasiado para estas líneas. Así, me limito a una pregunta nuclear también para responder al anterior dilema: ¿el Parlamento posterior a la crisis del Covid-19 será la institución que conocíamos? No lo será y no deberá serlo. De hecho, por lo sucedido durante la crisis ya se pueden constatar importantes cambios.

El primero de ellos es, simultáneamente, el más claro y el más velado, precisamente por evidente. Frente a una tendencia de minusvaloración del Parlamento como institución política, la crisis ha demostrado lo que ya sabíamos: sin Parlamento no hay democracia. En este sentido, es imprescindible recordar que sin control, no hay democracia. Un estado de alarma es un estado excepcional de la distribución del poder. El Gobierno concentra una dosis extraordinaria. En correspondencia, el control parlamentario, lejos de decrecer, debe ser más fuerte que nunca. Sobre este extremo, no debe haber ninguna duda. Creo que ello se puso de manifiesto en la última sesión celebrada por el Congreso de los Diputados. Los españoles necesitábamos conocer no solo cuál era el parecer de nuestros líderes sino poder juzgarlos por sus discursos. Una situación como la que se vive exige, por supuesto, mesura y equilibrio. Pero no puede eliminar ni el control ni la responsabilidad política. Y ello atañe no solo al Gobierno sino a todas las formaciones políticas. Solo en el Parlamento pueden estas rendir cuentas a los ciudadanos. La lectura para el futuro es clara. El Parlamento es una institución esencial. Sin ella no hay democracia. Pero para que esta máxima sea real, debe cumplir sus funciones y alejarse de una lectura distorsionada de la forma parlamentaria que lo pone al servicio de la mayoría gubernamental.

En principio, esta es la conclusión más destacada que deja la crisis para la institución parlamentaria. Mas creo que aún hay una más relevante, aunque sea más difícil de percibir. Sin conciencia, el Parlamento ha sido arrojado a la era digital o virtual. Muchos hemos denunciado los anacronismos en los que se desenvuelve la institución. Estos se refieren a tiempos, agenda, instrumentos, procedimientos. Pero también a un deficiente aprovechamiento de las oportunidades que facilita la emergencia de una nueva realidad. Había espacio, señalábamos, para un Parlamento virtual tan real como el espacio físico. Una presencia eficaz en el mundo digital debería ser instrumento fundamental para adaptar la institución a la nueva realidad social. Ahora, no hay dudas. Ese Parlamento ha nacido, la necesidad ha hecho virtud. Y no debe haber lugar al error. No se trata de preguntarse por los medios. Se trata de preguntarse por aquello que esos medios han revelado. Lo que han puesto en cuestión. Lo que se hace y no debe hacerse; lo que no se hace y puede hacerse. Sigo pensando que el debate virtual no tiene las mismas cualidades que el debate físico. Y así entiendo que, incluso en estas circunstancias, el Parlamento debe encontrar formas para tener sesiones presenciales. Pero se ha demostrado que el Parlamento puede tener una dimensión virtual que lo enriquece notablemente. La actividad programada y desarrollada por las Cortes de Aragón en este mes de abril es buen ejemplo de ello. 

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