Por
  • Juan Manuel Iranzo Amatriain

Confianza para un nuevo comienzo

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'Confianza para un nuevo comienzo'.
Merce

Imaginemos una fría historiadora económica que, dentro de un tiempo, relate la epidemia de coronavirus en España. Podría ser algo así: "Los primeros casos llegaron de Asia e Italia a finales de enero y se propagaron con rapidez. Para evitar un contagio masivo que desbordaría el sistema sanitario, el gobierno ordenó a mediados de marzo el confinamiento general de la población. Al cabo de unas semanas la medida redujo los contagios a una magnitud controlable. La letalidad del brote quedó por debajo del 0,05% de la población. El 95% de los fallecidos tenía más de 60 años. La gran mayoría eran jubilados, pero su escaso número relativo apenas redujo el peso de las pensiones en las cuentas públicas. La cifra de empleados fallecidos fue reducida y el elevado paro previo la compensó sin dificultad. Superada la fase crítica, la actividad económica, reforzada por programas públicos de estímulo, recuperó rápidamente la normalidad".

Obviando su insensibilidad respecto a la tragedia humana que acompaña a la pandemia, la relación induce un incómodo sentimiento ambivalente: de un lado, suena verosímil, no poco porque nos gustaría ver hecho realidad su desenlace, pero, de otro lado, no concuerda con los titulares económicos que cada día pronostican una severa recesión. Los expertos solo discuten cómo superarla en el menor plazo posible. Nadie duda de la necesidad de un fuerte estímulo público, pero, en la UE hay un problema: los ricos países del norte y centro de Europa rehúsan avalar solidariamente, emitiendo eurobonos, a los irresponsables países del sur que, una vez más, han demostrado falta de preparación, lentitud de reacción, baja disciplina social (masivos desplazamientos a segundas residencias antes de la orden de confinamiento...), alta volatilidad del empleo y fuerte querencia a eludir el rigor presupuestario.

No se fían de nosotros y exigen que quien precise ayuda recurra al Mecanismo Europeo de Estabilidad, con todas sus garantías. Temen que los intereses de los eurobonos, que ahora reclaman los países más afectados, acaben pagándolos sus ciudadanos a través de los impuestos europeos que inevitablemente les seguirían, según la visión del famoso y polémico economista Thomas Piketty, una perspectiva que aterra tanto a los estratos más acaudalados como a los nacionalistas populistas. El euro carece de la demanda del dólar como medio de cambio del comercio y la inversión globales, y que sostiene su valor cualquiera que sea la deuda del país; por eso, una gran deuda europea en euros, sobre todo sin el respaldo de una fiscalidad federal, podría abrir la caja de Pandora de una secuencia de endeudamiento, devaluación, inflación, altos tipos de interés y pérdida de competitividad que es la pesadilla de los ordoliberales.

El recuerdo de la hiperinflación alemana de 1923 aún domina el pensamiento económico germano, que cita siempre esta anécdota: los funcionarios exigían cobrar en patatas porque el papel moneda perdía su valor en unas horas. Un libro clásico, ‘Cuando muere el dinero’, narra el episodio y cómo se superó: se avaló una nueva moneda en paridad con el valor en oro del centeno (del que el país se autoabastecía) y, sobre todo, Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank, creó confianza en ella asegurando que el dinero circulante respondería exclusivamente a las necesidades de intercambio económico real. Los medios de comunicación hoy disponibles facilitan que los agentes económicos se organicen y creen esa confianza.

Porque el estímulo público no basta: el aparato productivo sigue indemne y casi intactos los patrimonios (inmuebles, ahorros en dinero, algo menos las acciones), pero existe riesgo real de que la actividad no se reanude como antes. Las decisiones económicas se basan en las expectativas y en esta situación sin precedente la incertidumbre es total. En último término, la cadena de negocio depende del consumidor: si al terminar la cuarentena decide recuperar el tiempo perdido y gastar lo que no ha gastado estas semanas el engranaje empresarial girará productivamente de nuevo. Si, al contrario, decide contener el gasto y ahorrar por temor al futuro, todo el sistema puede colapsar. Para lo primero, deben conservar sus ahorros, por eso el confinamiento no puede durar mucho; para evitar lo segundo, deben garantizarse las medidas de seguridad que eviten un rebrote. La disciplina que mostremos como ciudadanos será decisiva.

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