Por
  • Miguel Ángel Liso

Predicar con el ejemplo

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, durante el pleno del Congreso.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Mariscal/EFE

Tiempos presentes y de futuro cargados de incertidumbre y temor mayúsculo que ya están acarreando consecuencias muy desgraciadas. Y en poco tiempo comprobaremos también qué gobiernos han sido capaces de aguantar la guadaña del coronavirus. Si la percepción en la ciudadanía es que sus dirigentes gubernamentales se han enfrentado a esta terrible pesadilla con solvencia y claridad, es posible que salven el pellejo. Solo posible. Pero si la sensación de la mayoría de los ciudadanos es que la gestión es improvisada, oscura, contradictoria y titubeante, la sentencia está dictada. Muchas muertes. Mucho dolor.

Es innegable que la gestión de esta crisis es compleja y muy difícil. Se trata de un examen inesperado y brutal, que va a poner de manifiesto la valía, la capacidad y la competencia de quiénes tienen que tomar decisiones para salir de la zozobra en la que estamos sumergidos. Porque el mérito y la aptitud de algunos colectivos como el personal sanitario (más de diez mil infectados) el de alimentación, los repartidores de múltiples servicios, las Fuerzas de Seguridad del Estado, los militares y los medios de comunicación, entre otros, ya lo han revelado, hasta el punto de que para ellos la calificación de ‘héroes’ se queda corta.

Es hora de hacer piña y contribuir con todas nuestras fuerzas al final de esta pesadilla. Es competencia de todos, en mayor o menor proporción, crear una atmósfera de responsabilidad y serenidad. Pero en un sistema democrático esta responsabilidad colectiva no es sinónimo de un ver, oír y callar, de un apoyo a ciegas a las decisiones de un gobierno que no puede imponer ninguna mordaza bajo vacuos pretextos, sobre todo cuando algunas de sus medidas pueden provocar desconcierto e inseguridad. Pero sí es necesario que la crítica sea constructiva y rigurosa y que se imponga en estos momentos convulsos y de confusión al oportunismo barriobajero y desestabilizador.

Es preciso entre los sectores políticos y sociales una lealtad recíproca. Y, sobre todo, un comportamiento modélico. Hay que predicar con el ejemplo. Son desalentadoras y decepcionantes las informaciones publicadas, contrastadas y no desmentidas, del juego de tronos en que parece haberse convertido el Gobierno en un momento tan decisivo, cuando a la vez está pidiendo sacrificio, unidad y comprensión a una ciudadanía ejemplar… O el proceder nauseabundo e insolidario de algunos partidos independentistas, tratando de sacar provecho de esta dramática situación… O el ataque, con palabras muy gruesas e irreproducibles por la repugnancia que producen, de algunos personajes públicos a diestro y siniestro. Comportamientos lamentables que contribuyen a aumentar la desazón entre los ciudadanos.

Nos encontramos en el epicentro de una crisis sanitaria de consecuencias mortales, con secuelas sicológicas profundas que afectarán al alma de los ciudadanos, a la economía, a la política, y a quién sabe a cuántos hábitos sociales. Por eso hace falta más que nunca coherencia, eficiencia en las decisiones, apoyo constructivo y franqueza en las conductas. Y todo ello, si es posible, por favor, embridado por liderazgos creíbles, generosos, responsables, honrados y transparentes, que unan y no dividan.

Saldremos de ésta, sin duda, y entonces será el momento de analizar sin tapujos lo sucedido, pero sólo con una colaboración y lealtad mutuas lograremos salir antes de esta pesadilla. Ojalá pasados los meses nadie tenga que arrepentirse de lo que está haciendo y diciendo ahora, porque en este mundo globalizado, donde la tecnología todo lo llena, lo que se hace y se dice queda perpetuado en un cementerio radioactivo en el que muchas vergüenzas quedan al aire para la eternidad. Una sugerencia que vale, basta con echar un vistazo a las redes, para políticos, periodistas, sociólogos, politólogos, empresarios, perturbadores sociales y demás…. Sigamos luchando contra el virus. Hay que tomar conciencia rápida de que es una batalla descomunal y muy dura, que precisa solidaridad y sacrificio a raudales. El triunfo también será de todos.

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