Nido de urracas
Una pareja de urracas se afana en construir su nido en un árbol semidesnudo, o semivestido, eso según se mire, recién comenzada esta primavera apocalíptica que nunca olvidaremos. Han elegido un buen lugar para instalarse, en la orilla derecha del Ebro, justo enfrente de la ventana de mi salón, desde donde las observo a ratos, admirando sus progresos. Trabajan con ahínco, disciplina y método, acarreando palitos y engarzándolos de la mejor manera posible.
Las urracas son los pájaros más elegantes de la ciudad, con ese aire que tienen de camareros de otra época. Por el suelo se mueven con gracia y cierto aplomo, a diferencia de la mayoría de los pájaros, y sus acrobacias aéreas superan a las de los pilotos de la Luftwaffe. Aunque tienen mala fama, porque son carroñeras, chillonas y usureras, yo las prefiero a las palomas. Las palomas son gregarias, atolondradas, insaciables y muy pesadas. Sus zureos me atacan los nervios.
Ajenas al silencio que se ha apoderado de la ciudad, las urracas pronto acabarán de construir su nido. Estos días pueden cruzar la calzada de Echegaray y Caballero sin miedo a ser atropelladas.
El Ebro también sigue, impasible, su viaje hacia el mar. No parece importarle que los zaragozanos hayamos dejado de acudir a contemplarlo y a contemplarnos, como solemos, en el espejo turbio de sus aguas. La corriente del río como metáfora filosófica del transcurso del tiempo pero también como metáfora del devenir de la Historia. Corriente que ha vuelto a desbordarse, pero que no por ello deja de seguir su curso, cumpliendo su destino.