Por
  • Luisa Miñana

Descuidados

Ya no podemos eludir la responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros.
Ya no podemos eludir la responsabilidad de cuidarnos los unos a los otros.
María Torres-Solanot / HERALDO

La gente que me conoce sabe de la importancia que en mi vida tiene la presencia de Daniel, mi sobrino, un chaval joven con una discapacidad de casi un 90% debido a su parálisis cerebral. Mi vinculación con él, desde que era un bebé, ha sido, de manera natural y mutua, muy grande. En los primeros años de su vida, alguna amiga, preocupada por mí, entiendo, no paraba de decirme que no debía implicarme tanto en el cuidado de Daniel; desde su punto de vista un sobrino no entraba dentro del círculo de mis responsabilidades directas. Tuve claro, por puro instinto, por absoluta empatía, desde el comienzo, que sí que lo era. Además, ayudar en su cuidado me ayuda, he aprendido a vivir más equilibradamente; he aprendido muchas cosas. Cuidarnos unos a otros no es solo cuestión de responsabilidad. Posiblemente, sobre todo, es cuestión de voluntad emocional, depende de ese vínculo empático que nos conduce a comprender al otro y caminar con él, en la alegría y en el dolor. Discúlpenme esta alusión en primera persona, pero quería dejar claro mi total creencia en la necesidad, la importancia y el valor del cuidado mutuo.

La vida, considerada una experiencia absoluta, nunca fue ni será fácil. Siempre incluyó en su código genético la esperanza junto a la incertidumbre; junto al miedo, el valor; junto al vigor, la enfermedad. Sin embargo, desde hace más o menos un par de centurias, la publicidad viene convenciéndonos de que la civilización que hemos construido puede exorcizar de nuestras existencias la parte que nos acongoja y, en efecto, nos hemos consagrado a huir tan frenética como inútilmente de ella. Tampoco el Estado del bienestar, este modelo social y político encaminado a corregir los brutales desequilibrios que provoca la necesidad de mantener un crecimiento económico exacerbado, puede librarnos de todo mal. Es evidente que la fórmula del ‘capitalismo social’ -que en un principio parecía tan idealmente concebida- no ha terminado de funcionar. En algún momento se desvió y ha conseguido convertirnos en una sociedad infantilizada, muy poco consciente a nivel individual de nuestras responsabilidades colectivas mutuas, y, en general, menos capaces aún, ante las profundas carencias percibidas, de ir más allá de la protesta, de actuar proactivamente y organizadamente.

Cuando comenzó la globalización y la interconexión mundial, surgieron iniciativas renovadoras, pequeñas y colaborativas, como alternativa al modelo social y económico imperante. Como siempre, fueron marginadas o fagocitadas y transformadas en entidades de este post-capitalismo que, en realidad, nos ha ido desconectando unos de otros cada vez más, mientras nos mantiene enredados en mil futilidades. Somos una sociedad empujada a la huida hacia adelante. Aceptamos las propuestas publicitarias, delegando toda la responsabilidad en los poderes públicos, esperando sin más que ellos nos blinden ante toda contingencia. Los poderes públicos saben que eso no es posible, aunque irónicamente les conviene no decírnoslo. Hasta que, como ahora, golpeados sin piedad por la enfermedad, por el virus que se extiende, no queda más remedio que darnos cuenta del valor esencial de la responsabilidad de cada uno de nosotros para protegernos del dolor y proteger a los otros del que a través nuestro pudiera sucederles. Cada uno de nosotros es ahora su responsabilidad y cada uno de nosotros es responsable de los demás. Ahora, en estos momentos, ya nadie está excluido de nuestro círculo. Ni siquiera los habitantes de los países lejanos y ajenos culturalmente, que, antes que nosotros, sufrieron el huracán de la enfermedad, y a los que ahora entendemos y de los que ahora aprendemos.

Entre todos nos hemos descuidado. Hemos trazado círculos de empatía y de responsabilidad cada vez más reducidos (de conocimiento) y más mediatizados. En ellos nos hemos pensado seguros y a salvo. No escuchamos ni vimos cómo la enfermedad vírica o climática avanzaba y penetraba, círculo tras círculo. Y ahora, ya estamos encerrados de verdad, por pura necesidad de cuidarnos unos a otros. Qué gran paradoja. Primer aviso. Aprovechemos para repensar. Que del descalabro no salgamos como llegamos.

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