Parábola musical

Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura
'Parábola musical'.
Reuters/AFP/EFE

En 1965 Bob Dylan se acompañó de una banda de rock y aumentó el surrealismo de sus canciones. El viraje fue duro. Durante un tiempo, gran parte del público, la más aferrada al folk y a la protesta política, abucheó al músico en cada concierto. Sin embargo, Dylan fue muy bien recibido en el sur estadounidense, territorio donde la contracultura llegaba mitigada y cuya herencia musical era un sabroso potaje de jazz, swing, góspel, blues, rancheras, boleros, country y rock and roll. Debido, en gran medida, a la buena acogida del público sureño, pese a las reticencias de su entorno y de su discográfica, Dylan, en 1966, haciendo caso a su productor, Bob Johnston, y a otro icono de la música popular norteamericana, Johnny Cash, se plantó en Nashville, la capital de la industria de la música country, con el fin de pulir el sonido original que estaba concibiendo, tras haberlo intentado en vano en un estudio neoyorquino. Aquellas sesiones de grabación en el sur, que unieron vanguardia y tradición, cosmopolitismo y raíces, intuición y oficio, artesanía e industria, dieron lugar a la obra ‘Blonde on Blonde’.

Para ello, cada parte hubo de renunciar a algunos de sus principios, tanto el artista novísimo que se codeaba con Andy Warhol, como los músicos de la industria estandarizada de la que unos años después renegarían artistas como Waylon Jennings, quienes se fueron de Nashville en busca de libertad creativa. Sin tales cesiones, no se hubiera dado un logro artístico que pronto fue tenido por clásico e intemporal. Creo que es un ejemplo útil, una parábola, casi, para los tiempos que vivimos.

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