Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

La solidez de la lejía

Opinión
'La solidez de la lejía'
F.P.

Antonio Muñoz Molina recordaba en su ensayo ‘Todo lo que era sólido’ (2013) que nada es para siempre: "Nada es tan sólido que no pueda desvanecerse mañana mismo en el aire". Pero sé algo que se olvida. Como admitía el escritor, "la mente humana es propensa al error, a la creencia y a la alucinación colectiva". Amos Tversky y Daniel Kahneman, que ganó el premio Nobel de Economía en 2002, ya desarrollaron a partir de los años setenta la ‘Psicología de la Incertidumbre’, desvelando las trampas mentales en las que cae la razón humana. Se basaban en numerosos experimentos sobre cómo nuestro cerebro nos engaña en temas vitales, como cuando se plantea a un paciente si quiere someterse a una cirugía con unas posibilidades de supervivencia del 90%. Si la pregunta se plantea de esta manera, poniendo el foco en las cifras de éxito, un 82% decide someterse a la operación. Sin embargo, si se le dice al paciente que tiene un 10% de posibilidades de morir, solo el 54% acepta la cirugía. Las teorías de estos dos psicólogos israelíes son una advertencia siempre útil porque demostraron cómo a veces, aunque las pruebas sean claras, preferimos seguir un instinto que las contradice o cómo somos muy difíciles de convencer con cifras.

Somos así. "Creíamos vivir en un país próspero y en un mundo estable", tal y como arrancaba Muñoz Molina su reflexión, y de repente, ahora, toda nuestra vida se ha paralizado por un virus. El Covid-19 es un ‘cisne negro’, según el concepto popularizado por el economista Nassim Taleb en 2008: cuando un hecho que por su naturaleza es impredecible asoma en el horizonte y todo lo que hasta ese momento creíamos estable, e incluso permanente, de pronto ya no lo es. En el pasado, estos ‘cisnes negros’ eran eventos raros, muy esporádicos; hoy, ya no lo son tanto y nos afectan a la mayoría. De hecho, el sociólogo Ulrich Beck ya explicó en su obra ‘La sociedad del riesgo’ (1986) que las tradicionales coordenadas que marcaban las fronteras de la inseguridad (basadas en estructuras de clase) estaban siendo modificadas por los procesos de individualización y de fragmentación familiar y social. El riesgo se ‘democratizaba’, pudiendo afectar de manera inesperada a personas y grupos que hasta entonces habían mantenido unas estables y seguras condiciones vitales.

Todos somos, pues, más vulnerables y, como explicó otro referente de la sociología contemporánea, Zygmunt Bauman, vivimos en una etapa en la cual todo lo que era sólido se ha licuado, una época en la cual "nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso" (‘Modernidad líquida’, 1999). Pero, pese a que somos seres débiles inmersos en tiempos de incertidumbres, no somos muy conscientes de ello. Nos falta memoria.

Un clásico tópico señala que los chinos ahorran mucho porque tienen la memoria llena de revoluciones, hambrunas y cambios de régimen. Es posible que eso tenga que "ver hoy con su manera de afrontar la crisis del coronavirus. Sin embargo, los occidentales no son muy diferentes. Todas las personas salen conmocionadas de las grandes crisis. Pasó después del ‘crac del 29’ y también tras la II Guerra Mundial. En los años siguientes, hubo recuperación, pero la gente siempre recordó los malos tragos de la infancia y tardó tiempo en cambiar su patrón de consumo. La verdadera alegría consumista tuvo que esperar hasta la llegada de una generación que no había vivido la crisis, la del ‘baby boom’ (los nacidos alrededor de los años sesenta). Esta generación, la que está hoy ocupando los centros de poder, no tiene una experiencia traumática en su memoria. No obstante, puede que esté a punto de tenerla, pues, como ha dicho la canciller Merkel, estamos ante "el mayor desafío desde la II Guerra Mundial".

Con el Covid-19, de repente nada nos parece sólido. Por eso volvemos la mirada a lo que nos genera seguridad y certidumbre, sea el Estado protector, sea la lejía para desinfectar. Se impone también el estoicismo de los clásicos. "Tiene más quién está contento con menos", dijo el griego Diógenes. Y, en versión más moderna, tampoco está desencaminado Woody Allen al ilustrar nuestra vulnerabilidad: "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes".

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