Por
  • José Tudela Aranda

Estado y soberanía

Pedro Sánchez explica en el Congreso el estado de alarma
'Estado y soberanía'.
MARISCAL

Unos y otros hemos repetido que soberanía es hoy un concepto obsoleto, apenas útil para explicar teóricamente la evolución del poder político. Por otro lado, y en lógica correspondencia con lo anterior, hace muchos años que nos preguntamos por el fin del Estado y más que lo instalamos en una profunda crisis. La globalización sería la última etapa de su exitosa vida. Estado, soberanía, he aquí dos conceptos esenciales del Derecho Constitucional y de la Ciencia Política que en apenas unos días han pasado del baúl previo al olvido a la mayor de las vigencias. Súbitamente, en la mayoría de los casos de forma inconsciente, los ciudadanos se han encontrado mirando al Estado, reclamando con ansiedad que ejerciese su soberanía. En medio de una crisis de alcance desconocido para casi todas las generaciones que hoy convivimos en España, han resurgido con toda su potencia los viejos y desdeñados conceptos que, al parecer, y pese a todo, seguían siendo el sustento de nuestra vida en común.

Lo antedicho se podría ilustrar con distintos hitos de aquellos que han jalonado la dramática crisis sanitaria generada por el Covid-19. Pero es evidente que es en la declaración del estado de alarma donde el Estado y la soberanía emergen con contundencia. El estado de alarma pertenece a la categoría de los estados de excepción que tienen su origen en la dictadura romana. Dos características presiden estas situaciones jurídicas. Por un lado, la concentración excepcional del poder en las autoridades legítimas. Por otro, el hecho de que sea, siempre, una concentración sometida a límites, tanto de tiempo como por la vigencia de los correspondientes controles políticos y judiciales. Su declaración es la manifestación más radical del poder. No en vano, Carl Schmitt, con su tradicional brillantez dialéctica, dijo que soberano es quien decide sobre el estado de excepción. De acuerdo con otra proclama clásica, en este caso en boca de un sociólogo, Pierre Bourdieu, soberanía significa el derecho a decir la última palabra. El texto del Real Decreto que establece el estado de alarma en todo el territorio nacional y su presentación por el presidente Sánchez fueron inequívocos. No puede haber lugar a confusiones. Solo el Gobierno del Estado decide. Solo hay una soberanía. La autonomía de las comunidades autónomas, como tempranamente señaló el Tribunal Constitucional, es un poder derivado. En una situación de excepción, la teoría se revela en toda su claridad. Por ello, la reacción de los presidentes autonómicos posee una relevancia que transciende la mera táctica política. En estas circunstancias, no aceptar la preeminencia del Estado es negar el Estado mismo.

La reflexión sobre la vigencia del Estado se encuentra, por supuesto, en la reflexión sobre la soberanía. Pero en este caso, los reflejos son diversos. No es posible referirse a todos ellos. Nadie duda sobre la gravedad de la crisis. El despertar será brusco, si no violento. Y no solo por las desgraciadas heridas dejadas por la enfermedad o por las consecuencias económicas. Será difícil que esta sociedad se miré por las mañanas en el espejo como lo hacía hace apenas dos semanas. Entre las reflexiones que habrán de hacerse, emergerá el papel de lo público y, en última instancia, del Estado. La crisis nos está demostrando que el Estado, lejos de ser una estructura anacrónica, sigue siendo imprescindible. Sanidad, logística, seguridad, transporte, infraestructuras. En el momento decisivo, nuestra mirada se dirige al Estado. Con ello, no hago reivindicación de modelo ni ideología concreta alguna. Al revés, creo que la reivindicación del Estado como estructura de poder capaz de responder a los retos de la sociedad global de forma que pueda garantizar la seguridad, libertad e igualdad de sus ciudadanos, exige olvidarse de muchas premisas ideológicas que lastran la necesidad de realizar los cambios pertinentes. El Estado que hay que reivindicar es el que exige una sociedad global que, como desgraciadamente estamos viendo, junto a innegables beneficios, también reporta innegables riesgos. La crisis del Covid-19 demuestra que el Estado es una estructura más que vigente, imprescindible. También, que ese Estado debe transformarse en pos de su adaptación a un modelo social en continua evolución.

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