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Por no alarmar

Dos personas con protección trasladan a una persona fallecida por coronavirus en Bérgamo.
Dos personas con protección trasladan a una persona fallecida por coronavirus en Bérgamo.
Flavio Lo Scalzo/Reuters

Por no alarmar a tiempo estamos en estado de alarma. Por no alarmar hemos pasado en un suspiro de pasear al perro a que sea él quien nos saque a dar una vuelta para tomar el aire. Por no estropear las agendas, todas nuestras costumbres han cambiado de la noche a la mañana.

A estas alturas todavía hay algún dominguero que no se ha enterado de que es cuestión de vida o muerte no salir de casa y respetar las indicaciones de las autoridades sanitarias. Es difícil enfrentarse a un enemigo invisible, pero es urgente que nos hagamos a la idea de lo ladino que es el coronavirus SARS-CoV-2, de su capacidad para zafarse y permanecer en el aire y en los materiales durante horas, e incluso días (dos o tres en el plástico y el acero inoxidable), de que personas sin síntomas pueden transmitirlo sin saberlo, de que busca receptores para multiplicarse en sus células, cuanto más jóvenes mejor, y de los estragos que puede causar en quienes tienen las defensas bajas. Por eso es necesario lavarse a menudo, porque el jabón desactiva el virus, como el gel de alcohol. A falta de vacuna (y espero que los antivacunas aprendan esta lección), la única protección es la higiene y el aislamiento.

A estas alturas de la pandemia en España, llegan de numerosos puntos las quejas de la precariedad con la que afrontan esta batalla tanto el personal sanitario como celadores y otros profesionales en contacto con los pacientes, o de cómo se vive la tragedia sin medios para atajarla en residencias de mayores.

Nos lo gritan desde Italia: hay que estar preparados para empezar a escuchar sirenas de ambulancias en lugar de cánticos desde los balcones.  

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