Unidades del Ejército han sido desplegadas tras la declaración del estado de alarma.
Unidades del Ejército han sido desplegadas tras la declaración del estado de alarma.
Fernando Villar / Efe

Llevamos unas semanas vertiginosas. Día a día hay que prestar atención a las comparecencias de las autoridades para informarse de la situación. Parecía imposible, pero la inmovilización en nuestros hogares ha tenido lugar. La pandemia está mostrando una enorme capacidad de contagio. Afortunadamente la mortalidad está muy por debajo de la posibilidad de contagio. Se dice que la gran mayoría de la población sufrirá la enfermedad de forma análoga a un catarro o una gripe. Reposo, antipiréticos y analgésicos parece que serán suficientes. La mortalidad se producirá entre las personas sensibles que, desgraciadamente, verán agravada su situación hasta límites críticos. Pero, aunque un 80% o más de la población podamos sufrir el contagio y la enfermedad sin mayor riesgo, está claro que un país no puede tener simultáneamente a una elevadísima cantidad de sus ciudadanos con gripe.

En el Reino Unido se pretendía el contagio masivo de la población para llegar antes al estado de inmunidad que nos protege de muchas otras enfermedades comunes. Se dijo que la extensión de la infección alcanzaría al 60% de la población, 40 millones de británicos. No soy médica ni epidemióloga pero, aunque estas sean las cifras finales de personas positivas en coronavirus, creo que la forma de alcanzar este nivel de contagio es fundamental.

Si aceptamos que solo sentiríamos una gripe, porcentajes de este nivel suponen en España que estaríamos afectados 30 millones de españoles a la vez y un número muy elevado de pacientes con patología muy grave o en estado crítico. Por muy leves que sean los síntomas, no podríamos soportarlo, y no solo desde un punto de vista económico. Lo más importante sería el descontrol social. Por un lado, un elevadísimo número de muertos y enfermos muy graves y, por otro, la sensación de que habíamos quedado abandonados a nuestra propia suerte, sin ninguna protección social. La declaración del estado de alarma, con todas sus consecuencias, se ha hecho obligada.

Como toda medida de gran calado que se debe tomar, ha sido objeto de crítica inmediata. Las primeras se han referido a la tardanza. No creo que esté nunca en la tesitura de tener que decidir sobre algo así, pero me imagino que las implicaciones son tales que las prisas son muy malas consejeras. La declaración tiene que ser en forma de decreto, luego debe seguir todas las pautas legales exigidas. También ha sido criticada por la inconcreción. No se puede pretender que un documento de este tipo diga a todos y cada uno de los españoles 'qué hay de lo mío'. Criticar por criticar. La organización del Estado tiene muchos niveles, y cada uno debe regular aquello sobre lo que tiene competencias. La Moncloa es una diana más golosa sobre la que disparar que un simple ayuntamiento, especialmente si se está detrás de un micrófono de un medio nacional.

Una crítica que me ha causado un poco de pena ha sido la procedente de los gobiernos de Cataluña y de Euskadi. Por parte del 'president' Torra, lo esperable. Quizá ha sido otra de esas muchas oportunidades perdidas para comenzar a rectificar su discurso delirante. Esta vez podía hacer una llamada a España obligado por circunstancias extraordinarias. Vana esperanza. Por parte del PNV, solo puedo explicar su actitud por la cercanía de una incierta campaña electoral. El lendakari Urkullu sabe mejor que nadie que no vivimos en un estado confederal, Euskadi tampoco, donde hay que pedir permiso a los federados para tomar una medida. España es un estado autonómico, con mucho de federal, pero en el que el gobierno central puede recuperar el mando de manera inmediata. Ahora ha sido necesario y así se ha hecho. Otro de los comentarios que he echado de menos es ese precisamente. De parte de todos aquellos que están continuamente con la letanía de que España se rompe, ahora deberían arrimar el hombro de verdad reconociendo que sí existe un Estado para todos los españoles que funciona y que se puede activar rápidamente. A partir de aquí, cada uno a trabajar en lo suyo.

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química inorgánica de la Universidad de Zaragoza

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