Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Es China el nuevo modelo?

El personal sanitario de uno de los hospitales provisionales construidos en Wuhan celebra el alta de todos sus pacientes.
'¿Es China el nuevo modelo?'.
YFC / Efe

Henry Kissinger fue el artífice, como secretario de Estado de Estados Unidos, del histórico viaje del presidente Nixon a China en 1972. El resultado no solo fue el establecimiento de relaciones diplomáticas de Washington con Pekín, sino mucho más: una apertura que situó de nuevo a China en el mundo, sentó las bases de la globalización y aisló a la Unión Soviética. Cuatro décadas más tarde, Kissinger aventuró en su libro ‘China’ (2012) que es poco probable que "un país que durante la mayor parte de su periodo moderno –que comenzó hace dos mil años– se consideró a sí mismo la cúspide de la civilización, y que durante aproximadamente dos siglos ha considerado que su posición singular como líder moral del mundo fue usurpada por la actitud rapaz de las potencias coloniales occidentales y Japón", acepte nunca un rol secundario en la jerarquía internacional.

Pekín acaba de demostrar de nuevo que su papel en el siglo XXI va a ser de protagonista. Su prestigio, más allá de ser la ‘fábrica del mundo’, crece como un régimen eficaz y capaz de contener una epidemia agresiva, mientras Occidente no sabe cómo responder a la imparable aceleración de contagios. Avanza así la progresiva erosión de lo que se denomina el ‘Consenso de Washington’: el modelo político-económico que se basa en la democracia capitalista, con poderes estatales limitados. Y continúa ganando peso el ‘Consenso de Pekín’ (capitalismo de Estado, apertura al exterior, autoritarismo político, gran capacidad de innovación y flexibilidad), porque ofrece estabilidad y altísimas tasas de crecimiento económico. El tecnoautoritarismo chino resulta cada día más atractivo para los países en desarrollo, mientras las democracias liberales dan tumbos por el ring como un boxeador sonado. La batalla por el mejor modelo de Estado está servida.

Kissinger recordaba que, al fin y al cabo, desde su nacimiento como Estado unificado en el siglo III a. C. hasta el desmoronamiento de la dinastía Qing en 1912, China siempre permaneció en el centro de un sistema asiático de notable continuidad.

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