Por
  • J. L. Rodríguez García

Cioran

Uno de los libros de Cioran.
Uno de los libros de Cioran.
H.A.

Años 60-70, en la ‘Complu’, donde estudiaba Filosofía, descubrí a Cioran, gracias posiblemente a Savater. Desde entonces he seguido devotamente sus trabajos, desde los primeros escritos rumanos hasta los últimos textos, esquivando la monotonía de sus discursos que tan sólo aliviaba su preciosismo literario. Recuerdo que este encuentro se fraguó mientras que, a la vez, descubría a Marx. ¿Algo más diverso? Con alguna obra de Marx bajo el brazo en los pasillos de la Facultad y con la última entrega de Cioran en la mesilla de noche. He escrito y publicado sobre uno y otro con similar pasión y no renegaría de ninguno. ¿Para qué si no somos capaces de renegar de nosotros mismos? Ahora me resulta incomprensible aquella boda contra natura, pero somos contradictorios y ásperos.

Me alegré hace semanas cuando se publicaron en nuestro país los clandestinos cuadernos que escribió sin interrupción durante décadas. Mil páginas… Casi al día siguiente de su publicación columnistas y plumíferos ya comentaban las reflexiones de Cioran en un prodigio de lectura supersónica. Los he leído con paciencia, claro… Y he de confesar que es difícil encontrar un río inmenso tan aburrido y monótono, como si el río de Heráclito se hubiera congelado. Pero aquellos eran otros años: Marx y Cioran, aceite y agua, a escondidas con el ateo y el pope laico. Y yo, saltando del curioso optimismo marxista al inconveniente de haber nacido de Cioran. Y me enfadaba porque mi hermano me decía que estaba loco.

J. L. Rodríguez es catedrático de Filosofía (Unizar)

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