Un mundo barato

Varios trabajadores, en una fábrica de mascarillas en la ciudad china de Nantong.
Varios trabajadores, en una fábrica de mascarillas en la ciudad china de Nantong.
Xu Congjun/EFE

Una de mis amigas se lamentaba hace unas semanas de ser el buzón de las compras por internet de sus hijos. "Entre la tecnología y las camisetas, es un no parar de recibir paqueticos". Compras baratas, que suelen venir de lejos.

Es el nuevo mundo que hemos construido, en el que ya no distinguimos entre valor y precio, como nos recomendaba Antonio Machado. Un mundo barato. Barato de producir, barato de retribuir y, aparentemente, barato de adquirir. No hay más que observar nuestros armarios y estanterías: cables y ropas, ropas y cables, por los que hemos pagado poco. Hasta ahora.

Porque hoy, ese mundo barato está mostrando su peor faz: también ha abaratado la salud. La globalización no era solo de capitales y de tránsito de mercancías y de personas. La ecuación incluye ese preciadísimo bien que, como bien sabemos, solo se valora cuando se pierde.

La OMS decretaba el miércoles el estado de pandemia y todos nos hemos puesto en estado de alerta. La situación no está para bromas. Pero tampoco para la política barata que aflora en todos los niveles. En el nivel de los organismos internacionales, por su gran capacidad para lanzar grandes discursos pero tan pequeña para liderar la acción. En el de las grandes potencias, por su desaprensiva voracidad para liderar el mundo, cueste lo que cueste; con su acreditado historial de desencuentros y el singular comportamiento del coronavirus, ¡cómo no van a tener éxito las tesis conspiranoides sobre el origen del contagio! En el nivel de Europa, por ser tan poca Europa y cada país, a lo suyo. Y en ámbito nacional, qué decir. Demasiados líderes acusando a los rivales de acciones que van en función de si ocupan el gobierno o la oposición. La crisis que vivimos es muy difícil de gestionar. Los que ocupan el Gobierno acertarán si sus decisiones cruciales las inspiran los profesionales que han vivido crisis anteriores. Y una vez emitido ese mejor criterio, a los demás nos toca hacer caso a las instrucciones que dicten y ser prudentes.

Afortunadamente, también esto pasará. Cuando llegue ese momento, nuestro mundo debería replantearse la atracción fatal por el barato-barato que ha extirpado de nuestras vidas la noble tarea de fabricar las cosas que necesitamos, bajo el axioma de que siempre hay un remoto lugar del mundo donde lo hacen más barato. Por supuesto, sin preguntarnos por sus condiciones laborales o derechos sociales, uno de los cambios que deben venir.

En nuestro país, tenemos la fortuna de que el sector primario sigue siendo relevante, así que no debemos temer por el suministro de alimentos. Pero este Gobierno y los sucesivos deberán incluir en su plan estratégico algunas actividades que son imprescindibles gestionar desde el país. Es el caso de los suministros de salud. Hoy sufrimos déficits ante la dificultad para adquirir material de protección, porque aquí apenas fabricamos y acostumbrábamos a traerlos… de China.

Alemania preserva su alma industrial y por supuesto fabrica este material, pero en esta solidaria Europa que compartimos lo ha declarado bien inexportable. En fin, que necesitamos fabricarnos en casa determinadas cosas, aunque cuesten más de 0,99 euros. La energía, con los caramelosos impuestos añadidos que jalonan el recibo, no es el único sector crítico de un país.

Un rearme industrial que conlleva rearme laboral, sin abaratar derechos, desde la consciencia de que un mundo más equilibrado y más justo es también más caro y más esforzado. Y deberíamos devolver la estima por los oficios, siempre mejor ocupación que alquilarse por horas para entregar pseudocomida a domicilio. El dopaje de nuestro consumo será de interés para los grandes capitales que van y vienen, pero ya hemos visto que va contra nuestra salud.

Cristina Lagarde teme una crisis como la de 2008. Si usamos como vara de medir el caudal de memes que aterrizan en nuestros móviles, ya estaríamos en ella. Queda el consuelo de que, pese a la gravedad de la situación, ahora, como entonces, el Gobierno tiene en el ingenio de los españoles un gran aliado para mantener la paz social: en medio de tanta incertidumbre, los memes nos hacen sonreír varias veces al día. Por recomendar uno: el tuiter @coronaVid19. Nacido en 2020, 600.000 usuarios siguen su ‘viruscéntrica’ visión de la pandemia. ¡Ojalá sea corta!

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