Tengo un sueño

Opinión
'Tengo un sueño'
POL

Han pasado ya muchos años pero siguen siendo muy recordadas las famosas palabras de un discurso de Martin Luther King: "I have a dream" (tengo un sueño). Ciertamente algunos de aquellos sueños del líder negro se han cumplido ya, sin que esto signifique haber llegado a una tierra ideal. Yo, como muchas personas de mi generación, tuvimos un sueño: lograr que nuestro país tuviera una escuela integrada para formar a los futuros ciudadanos de una sociedad democrática y, por tanto, una educación obligatoria de calidad tan larga como sea posible y deseamos que fuera posible hacerlo con un gran acuerdo de país, conseguir lo que llamábamos un Pacto Educativo. Escuchar al papa Francisco, nos acerca más a nuestro sueño, dado que ha convocado el 14 de mayo a todos aquellos que tienen responsabilidades políticas, administrativas y religiosas y educativas para reconstruir lo que él llama "la aldea global de la educación". Su objetivo sería lograr un pacto global y revolucionario.

En nuestro país leemos frecuentemente cómo se denuncian las debilidades de nuestro sistema y cómo padres, políticos, profesores demandan un Pacto Educativo. Sin embargo, ese Pacto nunca llega. Cuando parecía que se lograba no fue posible pues era un premio demasiado suculento como para cedérselo al partido rival que entonces gobernaba. Incapaces de distinguir entre sus intereses cortoplacistas y los intereses del país. Por ello seguimos escuchando con profunda tristeza buscar la polarización, destacando los temas que dividen (religión-ciudadanía, concertada-pública). Empobrecimiento de un diálogo necesario y percepción por parte de los ciudadanos de que las distancias entre los partidos políticos son enormes.

La ministra de Educación en su reciente comparecencia en el Congreso ha destacado la necesidad de tener a los mejores profesionales formando a nuestros alumnos. El Papa ha señalado cuatro características que debe de contener el Pacto. La primera es que la educación como movimiento ecológico necesita educadores capaces de reajustar los itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, para que puedan ayudar eficazmente a crecer en solidaridad, responsabilidad y cuidado basados en la compasión.

En segundo lugar, la educación es "un movimiento inclusivo", dirigido "a todos los excluidos: los de la pobreza, los vulnerables a causa de las guerras y por las dificultades familiares y existenciales". En este sentido, reclamó "acciones educativas" a favor de los refugiados, de las víctimas de la trata de seres humanos, de los migrantes, sin ninguna distinción de sexo, de religión o etnia. También la ministra señala la inclusión y la equidad como elementos fundamentales del proyecto educativo: "Tenemos que avanzar en la escuela inclusiva procurando que los centros tengan los recursos suficientes para recorrer ese camino y que puedan tratar la diversidad". Los datos del último informe Pisa constataban que tenemos un sistema inclusivo con graves desequilibrios internos. Las mayores desigualdades no se dan entre países, sino entre regiones y, más aún, entre el nivel cultural de los padres. Dado que los más pobres tienen resultados educativos mucho más bajos que el resto.

En tercer lugar, señala la educación como "movimiento pacificador y armónico" que sirva "para la construcción de la paz". "Es una fuerza que hay que alimentar contra la ‘egolatría’ que genera la no-paz, las fracturas entre generaciones, entre pueblos, entre culturas, entre poblaciones ricas y pobres, entre hombres y mujeres, entre economía y ética, entre la humanidad y el medio ambiente".

Pues la "la educación está llamada con su fuerza pacificadora a formar personas capaces de comprender que la diversidad no obstaculiza la unidad, sino que es indispensable para la riqueza de la propia identidad y la de los demás". En esta misma línea parece necesario reforzar en nuestro país la materia de Valores Cívicos y Éticos (solo en Serbia y España es optativa), en una sociedad multicultural como la nuestra. Soñadora y utópica sigo siendo y por eso deseo que escuchen al Papa cuando señala que la inclusión no es un invento moderno, sino una parte integral del mensaje cristiano. Pues ya sabemos que el destino de las grandes palabras es muy incierto: pueden prender como fuego en las conciencias, o pueden llevar una vida lánguida hasta que despiertan.

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