El pirómano quiere ser ahora bombero
Artur Mas surgió a la sombra de Pujol como un político moderado, un freno a los sectores extremistas. Pero en 2012, tras sufrir la presión de la calle por los ajustes que había aplicado desde la Generalitat, se subió al carro del independentismo. Acudió a la Moncloa para exigir una financiación similar a la vasca. Rajoy le dijo que no y, entonces, utilizó la negativa como excusa para dar el doble salto mortal y convertirse de la noche a la mañana en paladín del rupturismo. Prometiendo a los ciudadanos un paraíso, encarnó la figura del ‘tonto útil’ que desde el catalanismo conservador les haría todo el trabajo a los secesionistas de ERC y los antisistema de la CUP.
Cinco años más tarde y tras enfrentar a unos catalanes contra otros, se descolgó a modo de disculpa con que «el reconocimiento de fuera es esencial» para proclamar una república. ¡Qué cinismo! Bien lo sabía cuándo mintió a todos al asegurar que Cataluña no se quedaría fuera de la UE y que toda la comunidad internacional se apresuraría a reconocer un Estado catalán.
Ahora vuelve a la primera línea política, tras cumplir la condena que le impuso el Tribunal Supremo por un delito de desobediencia al organizar la consulta del 9-N. Para empezar, ha marcado distancias frente al independentismo de Torra y Puigdemont. Y ya habla de que una alternativa sería una «propuesta española» sobre la mejora del autogobierno. Se vuelve así al punto de arranque, al año 2012. Entonces, en medio de las graves consecuencias sociales de la crisis económica iniciada en 2008, las élites de Cataluña, a las que Artur Mas representaba, buscaron mejorar su situación respecto a las de Madrid. Como han fracasado, ahora intentarán recuperar el entendimiento con el Estado, aunque sea con figuras como Artur Mas. Tan hipócrita es el atildado personaje que no sería extraño que pronto se ofreciese para ser él mismo quien negocie el fin del ‘procés’.