Lambán, Escartín y la ley de hierro

Opinión
Tablero.
Pilar Ostalé

El viernes de la semana pasada me desayuné leyendo en una esquina de la portada de HERALDO el titular que decía "Felipe González dice no sentirse representado por el Gobierno de Pedro Sánchez". Hacía referencia a su intervención en un jornada en el palacio de la Aljafería donde le había acompañado el presidente de nuestro país, de Aragón, Javier Lambán. La noticia remitía a la página siete para seguir leyendo. A donde quise pasar rápido para entender la ‘bromita’. Porque, de hecho, no me lo creí.

Pensé que sería una inocentada del director, aunque no le pega y menos fuera de fecha, pues el día de los Santos Inocentes está en otro mes del calendario. Pero no, no. Ya en la segunda página, el texto que acompañaba a ‘La Imagen’ recogía la literalidad de la intervención: "No me siento representado". Decía que se le habían caído "los palos del sombrajo". La cosa iba en serio como comprobé en el artículo de la séptima página donde Mónica Fuentes, de manera clara y elegante, sintetizaba el asunto. El viejete, jubileta, ‘jarrón chino’, a sus 77 años se niega a callar. Y esto me reconfirmó que no iba de broma, no era un ‘fake’.

Además del sucedido, acompañaban debajo del ‘Han dicho’ un par de referencias literales de Lambán que se alineaba con el viejo líder. Una de ellas a todas luces exagerada, grandilocuente y aduladora: "Felipe González es el hombre de Estado más importante del siglo XX y uno de los constructores de la Unión Europea, una de las instituciones más valoradas". Para mi gusto, se pasó tres pueblos. Aunque, pensándolo bien, semejante elogio de Lambán no era un simple pelotilleo al viejo jefe indio. Se estaba posicionando frente a Sánchez y al sanchismo. Fue un gesto valiente y peligroso. Lambán lleva tiempo arriesgando su cabeza, discrepando y defendiendo sus ideas frente a Ferraz. Y con esta declaración se escora más claramente a un lado del tablero.

El PSOE de Pedro Sánchez no es el PSOE que fue, ni el que muchos de sus militantes y votantes desearían. Las declaraciones de Felipe González se han sumado a lo evidente. Se ha producido una transformación sustancial en el contenido y en las formas de un partido que ahora gobierna haciendo malabarismos. Los encajes de tensiones internas y las contradicciones con las formas externas hacen más difícil digerir lo que es intragable. Es más, pese a gobernar, pese a conseguir el poder, las divisiones no están completamente cerradas. Es ya un caso a estudiar, desde la caída y resurrección posterior de su actual secretario general. Esa constancia tozuda, las circunstancias favorables y el azar sumaron para producir el milagro político: Sánchez es presidente. Resucitó como nunca antes se había visto por estos lares. Ya es parte de los hitos de la historia política. Pero está cavando un abismo a sus pies y en su partido. O quizá no y sea un signo de estos tiempos.

Porque en esa misma página siete tenía otro sorpresón: "Podemos cesa a su líder en Aragón y nombra una gestora". Nacho Escartín ha sido decapitado. ¡Tela marinera! Desde Madrid, la dirección estatal de forma poco elegante, utilizando una votación online y sin el debido debate cara a cara, pasa por la guillotina a un líder con criterio, con cabeza para pensar y disentir, con ganas de trabajar y con suficiente encanto personal… como para hacer sombra al jefe supremo Pablo Manuel y su retrón implacable, Echenique. Desde fuera esto sí que tiene toda la pinta de ser una jugada repugnante… y no otras cosas.

Escartín y Lambán han comprobado que la ‘ley de hierro de Michels’ sigue funcionando: "Los líderes, que al principio no eran más que órganos ejecutivos de la voluntad colectiva, se emancipan pronto de la masa y se hacen independientes de su control. La organización implica la tendencia a la oligarquía … el objetivo de la élite con base en la masa es reemplazar el poder de una minoría por el de otra: ellos mismos". Si releen el libro de Robert Michels (1876-1936) ‘Los partidos políticos'. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna’, comprobarán lo poco que han cambiado los partidos respecto de 1911, cuando se publicó esta obra.

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