Suicidio asistido

Opinión
'Suicidio asistido'
HERALDO

Durkheim publicó en 1897 su libro ‘El suicidio’, cuando era profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos. Sigue siendo una obra clave para entender las bases de la sociología y de la investigación social. En el prólogo recalcaba que "el método sociológico, tal como lo practicamos nosotros, se basa en el siguiente principio fundamental: los hechos sociales deben estudiarse como objetos, es decir, como realidades externas al individuo". Desde entonces las discusiones sobre ese libro siguen dando frutos de diverso tipo.

Incluso hoy sirve para abordar el tema de la eutanasia en tanto ‘suicidio asistido’. Algo que en nuestra sociedad se quiere tratar como un ‘hecho social’ a despenalizar y que, sin embargo, no estaba contemplado ni cabía en el análisis de Durkheim. Para él "se llama suicidio a todo caso de muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto, positivo o negativo, realizado por la víctima misma, a sabiendas del resultado. La tentativa sería el mismo acto cuando no llega a término y no arroja como resultado la muerte". La definición no es baladí. Según como acotemos el asunto –el observable, eso que está ahí fuera– construiremos una perspectiva u otra. Cabe pues preguntar por qué se dice eutanasia y no suicidio asistido. Justo cuando lo que está en juego es prestar los medios necesarios para que alguien que quiere morir pueda cumplir su deseo.

En el caso de Durkheim propuso una "clasificación etiológica y morfológica de los tipos sociales de suicidio", con tres tipos elementales –egoísta, altruista y anómico– junto con tres tipos mixtos combinaciones de los anteriores. En su ejercicio de análisis decía que "el suicidio egoísta se comete porque los hombres no ven la razón de vivir; el suicidio altruista, porque ven la razón de vivir fuera de la vida misma; la tercera clase de suicidio […] surge porque la actividad social está desorganizada, lo que genera mucho sufrimiento […dando] a este último tipo el nombre de suicidio anómico". Además, en una nota, introdujo un cuarto, el ‘suicido fatalista’. Lo describió como "un tipo de suicidio que se contrapone al suicidio anómico […] Sería el resultante de un exceso de reglamentación: el que cometen los sujetos cuyo porvenir se ve implacablemente limitado, cuyas pasiones están violentamente constreñidas por una disciplina opresiva". A su tipología sumó los datos disponibles en su tiempo, construyendo un edificio conceptual con muchos seguidores, incluso actualmente. En el último capítulo, ‘Consecuencias prácticas’, comenzaba diciendo: "Ya sabemos lo que es el suicidio, cuáles son sus tipos y conocemos las principales leyes por las que se rige. Pero falta por averiguar qué actitud deben adoptar las sociedades actuales al respecto". No cabe aquí entrar en los detalles.

El actual proyecto de ley de eutanasia se puede entender como una reformulación del artículo 143 del Código penal. Ahí, como me explica un amigo penalista, se sancionan conductas de intervención de terceros en un suicidio. Desde la inducción, la cooperación, la ejecución y el caso de enfermedad grave. Además, me recuerda que "en la doctrina penal se discute si quien no trata de impedir el suicidio comete un delito de omisión del deber de socorro (artículo 195)". Y añade que "la diferenciación entre el género suicidio asistido y la especie eutanasia, tiene todo el sentido. En los supuestos de eutanasia planea siempre el juicio sobre la dignidad humana tanto del enfermo terminal o con pronóstico de vida con graves padecimientos, como del que le asiste, lo cual no sucede en otros casos de auxilio –asistencia– al suicidio". A mí esa distinción me parece un eufemismo y una trampa. Puestos a ‘regular’, ¿por qué no se despenaliza el suicidio asistido sin más? ¿Acaso esto es un disfemismo, una provocación? ¿Quién decide dónde situar el límite de la dignidad, del consentimiento y de las circunstancias? El Estado tiene que estar lo más lejos posible de la libertad individual. Si queremos apostar por la vida y por la ayuda mutua, los cuidados paliativos han de estar siempre antes que la eutanasia. Palabra tramposa, como pocas. La muerte es inevitable, el dolor se puede paliar. Primero, la medicina paliativa, como apuntaba el Dr. Altisent en estas páginas; después, el tejado.

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