Mentira y política

Flores en recuerdo a Li Wenliang
Flores en recuerdo a Li Wenliang
Reuters

Si las palabras del doctor Li no se hubieran tratado como rumores, si cada ciudadano pudiera ejercer su derecho a decir la verdad, no estaríamos en un lío tal, no estaríamos en medio de una catástrofe nacional con consecuencias internacionales", lamentaban en una inusual carta abierta al Gobierno un grupo de académicos chinos. Con su mensaje privado sobre los primeros casos, de lo que luego se demostró ser un nuevo coronavirus, solo quería avisar a algunos colegas de la situación y decirles que tuvieran cuidado. Les pidió discreción, pero su advertencia se hizo viral y fue amonestado por la policía. Al morir Li Wenliang se ha erigido en símbolo de la epidemia y de la mala gestión de las autoridades locales de la provincia de Hubei donde surgió el brote. Dolor e indignación sin precedentes en las redes sociales chinas, etiquetas como "Quiero libertad de expresión", suman millones de visitas, pese a la censura a Weibo, el Twitter chino. Desde la lejanía occidental se puede pensar que China podría estar a las puertas de un nuevo Tiananmen.

Me encuentro entre los ocho millones de ciudadanos que hemos visto la serie de Chernobyl, una vez que había leído ‘Voces de Chernóbil’, de la Premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexievich. La serie me dejó sensaciones de angustia por la gente que sufrió el impacto del accidente, sin haber recibido ninguna información al respecto, lo mismo que están sintiendo y expresando los ciudadanos chinos. Sensación de rabia por lo bien que refleja el oscurantismo en la toma de decisiones y manejo de la información en un régimen como el soviético. También deja emociones positivas de heroísmo y entrega: los mineros que cavaron el túnel debajo del reactor para enfriarlo, o los bomberos que acudieron allí a apagar el incendio y se enfrentaron a las mayores dosis de radiación sin saber prácticamente nada de lo que pasaba.

Li Wenliang nunca tuvo la intención de ser un héroe, ni de rebelarse contra el sistema. Pero, una vez que su nombre se hizo público y se conoció su situación, nunca se declaró arrepentido: "Creo que una sociedad sana debería tener más de una voz y no me parece bien el uso del poder público para una injerencia excesiva", declaraba a la revista Caixin.

Al cumplirse los 20 años de la catástrofe de Chernobyl, Mijail Gorbachov reconoció que fue la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética, pues fue un punto de inflexión histórica que marcó una era anterior y una posterior al desastre.

Hoy parece que estamos asistiendo a una importante batalla geopolítica, que como consecuencia de una epidemia mundial, está provocando una importante lucha por el liderazgo de la hegemonía tecnológica en el campo de la inteligencia artificial y de internet de alta precisión.

Acabo de ver la película ‘El oficial y el espía’, de Roman Polanski. El gran poder planificó esa calumnia, degradó a la víctima y la sentenció a cadena perpetua en la siniestra isla del Diablo, con una justificación mezquina que le venía muy bien ante gran parte de la opinión pública. Ese hombre era judío. No se centra en Dreyfus, acorralado monstruosamente, sino en su defensor Picquart, un tipo sin la menor simpatía hacia los semitas, pero también un auténtico profesional, un hombre honesto que investiga en la gran cloaca de la jerarquía político-militar. Se niega a cumplir órdenes y a cerrar los ojos ante la gran mentira que quieren imponerle los de arriba, aún a costa de jugarse su carrera o su propia vida. No pretende ser un héroe, solo es un tipo que desea quitarse la venda de sus ojos, que cree en su profesión, tiene el valor que hay que tener y hace lo que hay que hacer.

Recurro a Hannah Arendt, que en su ensayo ‘Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política’, afirmaba: "que la verdad y la política nunca se llevaron bien, que existen grandes desencuentros entre la transparencia y la gestión política, y que la veracidad no se encuentra entre las virtudes propias de los políticos". Ciertamente la verdad no es ni absoluta ni definitiva y no pude estar más allá de toda crítica. Ejercer el poder y detentar la autoridad no les convierte en poseedores y guardianes de la verdad

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