Director de HERALDO DE ARAGÓN

Relevo en la Delegación

Aragón
Pilar Alegría, en su despacho de la Delegación del Gobierno en Aragón.
Oliver Duch

La política como la vida se descubre caprichosa, repleta de consecuencias colaterales que abren y cierran puertas y que describen oportunidades inesperadas (quizá no tanto). En ambos mundos las certezas no abundan, por lo que resulta complicado sentenciar si una decisión es acertada. La metáfora nos lleva a hablar de trenes que pasan una sola vez y quizá bajo esa mirada Pilar Alegría decidió el pasado fin de semana decir que sí a la oferta del presidente Pedro Sánchez de convertirse en la nueva delegada del Gobierno en Aragón.

El runrún sobre la posible marcha de Pilar Alegría del Ayuntamiento de Zaragoza venía de lejos. Ganar las elecciones a Jorge Azcón y no lograr el bastón de mando municipal dejó a la socialista en una incómoda situación personal. Su problema, que no se definía tanto por las dificultades para encontrar su nuevo papel de líder de la oposición como por la inestable relación que mantenía con el aparato de su partido, residía en lo costoso que había resultado convertirse en la candidata del PSOE. Sin un equipo humano pensado para ocupar la bancada de la oposición –diseñado para gobernar– Alegría arrancó en su nuevo cometido dubitativa, un tanto errática, y concediendo al alcalde Azcón un espacio que generosamente se ensanchaba cada vez que se dejaba fotografiar junto a Unidas Podemos y ZEC. Tras varios tropiezos, Alegría, que comenzó a ganar tono –augurando una oposición cada vez más enérgica gracias a la erosionada relación personal con Azcón, circunstancia que también dificultaba el entendimiento en cuestiones como la reforma del estadio de La Romareda–, terminó por aceptar que su destino, una vez rechazado su salto a Madrid de la mano del ministro Pedro Duque, era Zaragoza.

Enfrentada a Javier Lambán en la formación de su lista municipal, Alegría se había convertido en la única ‘susanista’ aragonesa que había logrado cohabitar con el ‘sanchismo’. Aunque sin especiales vínculos con Ferraz, su distancia con Lambán la metamorfoseaba a ojos de Sánchez en una atractiva pieza para contener el peso político del Pignatelli. Sujeto pasivo de esa estrategia, su nombramiento, sin consulta previa al presidente aragonés, ni por su parte ni por la de Moncloa, la ha transformado en una delegada del Gobierno con una intensa atribución política.

Inmersa en el huracán, y sin definir aún si será más representante del Ejecutivo central que pieza aragonesa ante Madrid, la evidencia de la marcha de Alegría confirma que el descabezamiento de la oposición municipal solo beneficia al alcalde Azcón. Son muchos los dirigentes socialistas que califican la salida de Alegría como un error político, tanto para ella como para el PSOE aragonés, pero parece que las ganas de Sánchez de golpear a Lambán han primado por encima de la prudencia y la estrategia a largo plazo. Aunque Alegría es consciente de que el choque con Lambán no le beneficia –sus primeras palabras al frente de la Delegación buscaron la reconciliación– no hay duda de que se ha abierto una nueva y caprichosa brecha.

La principal certeza que desprende este nombramiento es que la carrera política de Pilar Alegría ha dejado de estar vinculada a la estructura orgánica del PSOE de Aragón para pasar a estar sostenida por las manos de Sánchez. Una apuesta arriesgada para Alegría si se piensa en que sin ser una pieza política estratégica para Sánchez ahora queda en abierta soledad.

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