En ‘modo Dios’

Las tecnologías han revolucionado la comunicación y el marketing.
Las tecnologías han revolucionado la comunicación.
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La cumbre de Davos ha vuelto a señalar los temas sobre los que preocuparnos y ha marcado siete grandes áreas y un denominador común: conseguir un capitalismo más consciente, sostenible y cohesionado. Entre los temas elegidos, además de invitar a la empresa a trabajar más allá del beneficio o a alinearnos para salvar el planeta, ha incluido una inquietud creciente: la necesidad de poner la tecnología al servicio del bien, tal y como recoge el informe de KPMG que analiza la cumbre suiza.

Aseguran los expertos que, con la llegada de las redes 5G, la extensión de la inteligencia artificial, la automatización de funciones y el aumento de la capacidad de la computación, vamos a vivir una revolución mayor que la anterior. Lo visto hasta ahora habría sido solo el comienzo de una nueva era. El preámbulo de un mundo conectado integralmente y donde las máquinas sustituyen a las personas en decisiones y ocupaciones y, en consecuencia, invaden la privacidad y el propio desarrollo humano.

Una nueva realidad que exigirá tomar decisiones ante el dilema ético que conlleva, y que aflora en una nueva versión de apocalípticos e integrados: los que creen que la tecnología nos puede devorar y hackearnos sin compasión y aquellos que sostienen que será un peldaño más en la mejora de nuestra calidad de vida.

No hay duda de que traerá mejoras, como lo han hecho internet y el móvil, dos de las nuevas cosas sin las que ya no sabemos empezar el día. Pero también sabemos ya que no es gratis.

Hace unos días, Antonio Muñoz Molina escribía sobre el ensayo ‘El valle inquietante’, de Anna Wiener, que narra el comportamiento de los tecnólogos de Silicon Valley, cuna y sede –chinos mediante– del mundo que viene. Tras describirlo hasta dar miedo, la autora cuenta que hay directivos e ingenieros que se saben tan poderosos que, cuando les parece, practican lo que llaman "el modo Dios". Esto es, espiar a cualquier usuario digital. Puede ser un juego perverso delictivo en sí, pero sobre todo es un mecanismo de poder y extorsión pavoroso. Son los mismos que llevan a sus hijos a colegios sin tablets y que entre las condiciones que imponen para seleccionar a las niñeras de sus vástagos incluyen que no usen móvil mientras los cuidan.

Los usuarios damos muchas facilidades: a lo largo del día dejamos rastro de casi todo lo que hacemos, en un inconsciente desnudo del alma, que a esos tecnólogos, encima, les hace ricos.

Entre que se toman o nos las decisiones apuntadas en Davos, algunos aplican sus mecanismos de defensa. César Alierta, que como presidente de Telefónica que fue durante muchos años algo sabe de este mundo, ha explicado que él usa un móvil básico, desde la premisa de que sus datos son suyos. Y el brillante cineasta David Trueba recomienda formular cada día a Google preguntas incongruentes para desconcertar al logaritmo y dificultarle que te venda tus pensamientos.

No parece tarea fácil en un mundo donde se confunde la vida tangible y la intangible, y en la que esta actúa, y de qué manera, sobre la real.

Esta misma semana, un fallo en la nueva aplicación para recoger los datos de las elecciones primarias de los candidatos demócratas a la presidencia de Estados Unidos ha proporcionado la primera victoria a Donald Trump. El presidente que hace cuatro años era ‘imposible’ se ha podido reír ya de sus rivales e iniciar reforzado su candidatura a repetir, con más seguridad que sus predecesores.

Entramos de lleno en la parábola de ese visionario que fue Jorge Luis Borges, que igual que nos contó internet antes de que existiera, pone a uno de los personajes de ‘El jardín de senderos que se bifurcan’, a "edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres".

De momento, en el laberinto del mundo actual, lo que ya estamos perdiendo, en abstracto, es el control de nuestros datos. Y en tangible, el empleo, que nos acaba de dar un buen susto, con especial incidencia en ese mundo agrario, tan necesario como maltratado.

De otra pérdida, la de José Luis Cuerda, siempre nos quedarán sus frases. Ante tanta confusión, hay ratos ‘amanecistas’ en los que todos nos sentimos un poco Teodoro/Resines: "Padre, ¡que nos está amaneciendo al contrario!".

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