Enfermedad y contagio
Afectados bajo la realidad que traslada un mundo globalizado, la carrera por frenar el nuevo coronavirus no puede ni debe ser abordada en solitario por las autoridades chinas. Ante el miedo de que pueda convertirse en una pandemia mundial, la alarma sanitaria debe ofrecer una respuesta coordinada capaz de combinar la profilaxis con una acelerada y colaborativa investigación para hallar una vacuna. Las decenas de personas que ya han fallecido y las múltiples dudas que aún existen sobre la transmisión del virus invitan a una preocupación que solo podrá apaciguarse con la mejor de las medicinas: la información.
Las medidas de aislamiento y confinamiento decretadas por las autoridades chinas se han convertido, por el momento, en las principales actuaciones para evitar el contagio del coronavirus. Sin una certeza conocida sobre cómo se extiende la enfermedad y con la única información que ofrece el Gobierno de Pekín, el miedo se ha extendido a más velocidad que la propia enfermedad. Tratar de recluir a la población, limitando la movilidad, puede resultar una medida excesiva, aunque acorde a la gravedad del problema. En cualquier caso, la evidencia describe, a tenor de los casos que comienzan a saltar a los diferentes continentes, lo muy difícil, por no decir imposible, que resulta poner freno a una crisis inmersa en un mundo donde ya no existen fronteras y donde la movilidad de las personas y mercancías es una evidencia palmaria. Es por ello que deberán ser nuevamente la ciencia y la investigación las encargadas de dar respuesta a un peligro que podría desbordar todas las previsiones y precedentes existentes. Lograr una vacuna, en colaboración con los diferentes laboratorios internacionales, es la mejor manera de solventar este problema que amenaza con convertirse en pandemia.