Por
  • José Antonio Mayoral

Formación, legislación y futuro

Estudiantes de la Facultad de Ciencias que empiezan este año, en el acto de bienvenida celebrado el pasado viernes.
Estudiantes de la Facultad de Ciencias.
Toni Galán

Una sociedad madura no puede renunciar a utilizar la educación como la palanca esencial para mejorar y adaptarse a los nuevos retos. Sin embargo, no debe hacerse sin una profunda reflexión previa que considere el conjunto de la educación y no cada una de sus parcelas por separado. Un simple análisis histórico refleja que los cambios sociales deben acompañarse de cambios educativos.

Durante muchos siglos cada persona desarrollaba la misma actividad durante toda su vida y, generalmente, con muy escasa o nula movilidad geográfica, por lo que su formación inicial le resultaba suficiente para afrontar su desarrollo vital. La revolución industrial, y la revolución social a la que dio lugar, no fueron ligadas a una menor estabilidad ni a una mayor movilidad, excepto en los cuadros directivos, pero trajeron consigo la aparición de nuevas profesiones y una mayor necesidad de trabajo especializado. Esa necesidad fue creciendo y es la base de la actual oferta formativa de nuestro país.

La globalización y las tecnologías de la información y la comunicación exigen nuevas necesidades de formación en idiomas y tecnología que han venido a complementar la oferta formativa. La revolución tecnológica, la agenda de sostenibilidad y, sobre todo, la ciencia de datos y sus aplicaciones –los datos se han definido como el petróleo del siglo XXI– han dado un vuelco al panorama, de modo que se reconoce que es difícil saber qué empleos se necesitarán en un futuro próximo.

Ante esta realidad cabe plantear varias preguntas. La primera se refiere a la educación como cuestión de Estado y la respuesta es conocida, la educación debe formar parte de un gran pacto y no estar sujeta a cuestiones ideológicas que, siendo de menor importancia, dificultan los consensos en lo esencial.

La segunda es si las leyes educativas deben ser perdurables en el tiempo. Desde mi punto de vista, en lo básico, han de ser leyes sólidas, pero deben contener mecanismos que permitan la adaptación ágil a una sociedad en rápida evolución, una sociedad en la que el ‘qué soy’ pierde valor frente al ‘qué sé hacer’, una sociedad donde la transversalidad y las llamadas ‘soft-skills’ ganan peso a la hora de encontrar trabajo y donde la formación a lo largo de la vida va a ser una necesidad adaptativa a la que el sistema educativo debe responder.

La última cuestión es quizás más de fondo y debe formar parte del análisis previo a la reforma. ¿Qué papel jugará la especialización en esta nueva sociedad y cuándo hay que afrontarla? Es, sin duda, la cuestión que genera un mayor debate entre los expertos y entre los empleadores y tiene muchos matices, por lo que puede necesitar una respuesta poliédrica. De ella cuelgan otras cuestiones laterales como, por ejemplo: ¿La especialización a edades tempranas es necesaria o limita posibilidades de desarrollo?

Con ánimo conciliador acabaré estas reflexiones con algo en lo que, supongo, el acuerdo será bastante general. Es imprescindible dotar al estudiantado de sólidas bases de conocimientos y herramientas básicas que les permitan adquirir las habilidades necesarias en todo momento, solo sobre estas bases se puede afrontar una formación más especializada. En mi opinión la formación universitaria debe asentarse sobre el mismo principio y especializarse a partir de una formación sólida previa en el ámbito de conocimiento, siendo complementada por la adquisición de habilidades transversales y de, en algunos casos, formación dual, como ya ocurre bajo otro nombre en algunas titulaciones.

Es, por tanto, necesario dotar al sistema de una mayor flexibilidad, evitando la tendencia a confundir garantía de calidad con inmovilismos, y generar una oferta de formación permanente estructurada y fácilmente adaptable. Podemos dotar a nuestro estudiantado de herramientas básicas para su desarrollo personal y su trabajo, lo podemos formar para que tenga capacidad de aprender y reformularse, pero tenemos que ser conscientes de que no vivimos en la sociedad preindustrial, ni tan siquiera en la sociedad industrial previa a la actual revolución tecnológica, y no podemos formarle en habilidades aún desconocidas, pero hemos de garantizarle la oferta necesaria para afrontar los cambios.

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