Panópticon 2.0

Opinión
'Panópticon 2.0'
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Google se ha hecho parte de nuestra vida cotidiana y no somos conscientes de hasta qué punto. Ha pasado de ser un trabajo de dos estudiantes de la Universidad de Stanford, Larry Page y Serguéi Brin, a un gigante tecnológico y algo más. Se ha convertido en un ‘panóptico de segunda generación’ tecno-social, político y económico. En un par de décadas ha saltado de ser una ‘simple’ aplicación para buscar contenidos en Internet hasta convertirse en Alphabet Inc. Una aglomeración de empresas, un grupo, pero no solo de negocios. Es un entramado de organizaciones tejido de forma inteligente para mejorar la propia gestión, pero también la capacidad de crecer y controlar su posición en el mercado mundial. Es, por tanto, una multinacional que, bajo capa de bondad y generosidad, se comporta como un predador al más puro estilo capitalista. En este caso, la innovación tecnológica junto con el dinero han caminado de la mano y de una forma tan envidiable como socialmente inquietante. El resultado va más allá del algoritmo diseñado en su comienzo. Y su futuro, que también es el nuestro, nos debe preocupar.

Cada vez son más quienes se encuentran felices dentro del ‘ecosistema googleiano’. Son tantas la ventajas, las comodidades, las soluciones simples a cuestiones prácticas que se anula la percepción de las ataduras y dependencias que están tejiendo a nuestro alrededor. Incluso se ha convertido en el lugar ideal para encontrar un puesto de trabajo. El clima laboral es tan amable y pagan tan buenos salarios que atrae a los mejores talentos y cerebros. Pero no solo eso, además, nos regala cuentas de correo ‘gmail’, servicios en la nube, vídeos, audios con el kit completo de ‘infotainment’ –combinación de información y entretenimiento–; facilita mapas con brújula y guía incorporada; presta su asistente de voz para un sinfín de utilidades; ‘regala’ Android como sistema operativo para teléfonos móviles de código abierto… y cuando tenemos una pregunta, se la formulamos a Google. Así se ha transmutado en el oráculo de nuestro tiempo y en ese algo más que nos debería preocupar.

Google, Youtube, Alphabet y el resto de piezas del gigante son ladrillos de este panóptico de nueva generación propio del siglo XXI. Quizá convenga recordar en qué consistía el invento. Jeremy Bentham (1748-1832), desde su perspectiva utilitarista, diseñó la cárcel perfecta y total: el Panópticon. Permitía vigilar todo desde un único punto. Una arquitectura carcelaria para controlar sin ser controlado, al mismo tiempo que provocaba un efecto automático de vigilancia sistémica en los vigilados, sometidos y atemorizados por ese mecanismo de control. Salvando este punto y las distancias pertinentes, ese modelo es trasladable a esta red empresarial.

El universo Google, ‘googlelandia’, se ha tejido mediante computadores, programas y dispositivos tecnológicos que, desde el lugar adecuado del sistema, es capaz de ver las entrañas de lo que sucede. Donde, además, cuentan con la llave para el comercio global e incluso, los ingredientes para el inmenso horizonte de las ‘fintech’ –la industria de las finanzas alimentada y sostenida por las tecnologías–. Ahí nos tienen perfectamente identificados, clasificados y ubicados. Tanto más cuantas más facilidades, i. e. aplicaciones, utilizamos de su panoplia de generosos servicios. Y, por si faltaba poco, estamos encantados. Lejos de cuestionar al gigante, dejamos que siga creciendo y que nos ‘cuide’.

Nos regalan sus servicios porque la mercancía somos nosotros mismos. Y cuando lleguemos al límite de su generosidad o cuando, simplemente, quieran cobrar por el servicio, nos tendrán atrapados. Vamos camino de la alienación perfecta, acomodados en una conciencia que se deja llevar. Me temo que tenemos que despertar antes de estar completamente en sus manos.

Google arrasa. Ahora lo notan agencias de viajes y las ‘empresas-punto-com’ del sector. Google controla las búsquedas, cobra publicidad por cada venta y utiliza ingeniería fiscal para pagar lo menos posible. Y en esta dinámica, o estás con ellos o no hay alternativa. El sistema funciona suave, sin rozamiento, sin estridencias. Nos ha envuelto en la comodidad, pero ¿podemos seguir confiando? Necesitamos alternativas que no usen nuestros datos en su propio beneficio porque, además, "cuando todo está conectado, todo es vulnerable".

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