Por
  • Julio José Ordovás

Recuerdos de bares

Los bares y terrazas del centro de Zaragoza lucen estos días llenos de gente con motivo de unas fiestas del Pilar en las que acompaña el buen tiempo.
'Mi infancia son recuerdos de bares' .
Francisco Jiménez Cabrera

Mi infancia son recuerdos de bares. Bares de pueblo. Bares de carretera. Bares de ciudad. Bares de luz aceitosa, llenos de humo y sembrados de colillas y de palillos y de servilletas de papel arrugadas y de colas de gamba y de dunas de serrín. Bares con jamones colgados de las paredes como trofeos cinegéticos. Bares en los que había más moscas que clientes. Bares que olían a macho. Bares en los que flotaba, como polvo suspendido en el aire, el espíritu del franquismo. Bares en cuyos mostradores se quedaban pegadas las manos y en cuyos suelos se quedaban pegadas las suelas de los zapatos. Bares de azulejos grasientos y taburetes cojos en los que se dispensaba sabiduría popular a granel. Bares en los que nunca entraban el sol ni el inspector de Sanidad.

Una de las cosas que diferenciaban a los bares de los pueblos de los bares de ciudad eran los calendarios. En los bares de los pueblos siempre había calendarios de cajas rurales o de vehículos agrícolas.

Los camareros no me inspiraban confianza, aunque me pusieran una pajita de plástico en la cocacola o me obsequiaran con un plato de cacahuetes o de patatas fritas.

Camareros repeinados como toreros, envarados como dependientes de El Corte Inglés o circunspectos como empleados de funeraria. Camareros dicharacheros, sabihondos y chistosillos. Camareros de uñas largas y bigotes exagerados. Camareros incapaces de desfruncir el ceño.

Jugar a las chapas, entre las piernas y los zapatos de los clientes, me hacía sentir una cucaracha. Y así, con perspectiva de insecto, era como veía a los adultos.

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