Por
  • Andrés García Inda

Elogio del tiempo ordinario

Para evitarlo, es importante ver la vuelta al trabajo como algo bueno y no como una carga.
Regresar al orden de la rutina.
HA

Incluso quienes disfrutan y se deleitan a fondo con todo el alboroto y la parafernalia que acompaña las fiestas navideñas saludan su término con cierto alivio. El bullicio frenético de los días festivos puede llegar a ser extenuante. Y por mucho que uno intente vivir con distancia, mesura o incluso con recogimiento esos días, todo el mundo acaba inevitablemente arrastrado y engullido en la vorágine interminable y agotadora de adornos, felicitaciones, celebraciones, regalos y comidas que los caracterizan. De ahí que, cuando acaban, hasta la nostalgia por la intensidad de los días vividos –y el natural deseo de volver a celebrarlos– acaba mezclándose con la satisfacción íntima y agradecida por su conclusión y por la vuelta a eso que en la liturgia llaman ‘el tiempo ordinario’.

La perspectiva de regresar al orden de la rutina (el horario y el colegio de los niños, cierta frugalidad en las comidas, ¡hasta la vuelta al trabajo, en muchos casos!...), de retomar las relaciones y las costumbres cotidianas e incluso el propósito de estrenar junto a los regalos recibidos algunos nuevos hábitos (¿la visita al gimnasio? ¿una nueva organización en casa?...), todo ello se presenta como el mejor bálsamo para curar la resaca de melancolía que deja el estallido fugaz, breve y a veces exagerado de las grandes ocasiones, por muy divertidas que sean. Descubrimos o recordamos entonces que lo verdaderamente extraordinario es lo que (nos) ocurre en el tiempo ordinario; que lo que ilumina y nos protege del frío no es la llamarada o el fogonazo espectacular, sino la luz y la brasa cotidiana del hogar; que lo más especial y sorprendente que puede pasar es que parezca que no nada pasa; y que las alharacas de los llamados días santos no eran sino la forma a veces demasiado ruidosa y desmedida de conmemorar y alimentar la santidad silenciosa y común de cada día. Porque es esta la que da sentido y hace soportable el vacío inevitable que conlleva toda vacación.

En todos los tiempos, sin embargo, hay quienes parecen empeñados en vivir –y en obligarnos a vivir– instalados en la excepcionalidad, en la falsa ilusión de que es posible detenerse en el origen, como si vivir pudiera ser una fiesta permanente. Olvidan que, como dice G. Luri, al día siguiente de la revolución volverá a sonar el despertador a la misma hora. Pero lo trágico no es que vuelva a sonar el despertador al día siguiente; lo verdaderamente dramático es que no vuelva a hacerlo. El problema no es que acabe el tiempo fuerte, el auténtico dolor nace cuando lo que se agota o se para definitivamente es el tiempo ordinario. Tiendo por eso a desconfiar de quienes a cada momento se empeñan en inaugurarlo todo; de quienes vocean y ondean continuamente las banderas de la ruptura y lo constituyente despreciando el valor de la continuidad y lo constituido; o de quienes bracean obsesionados para ser reconocidos como protagonistas en la espuma de la Historia, en lugar de reconocer, abrazar y cuidar la pequeña vida que se teje en la intrahistoria.

A menudo buscamos realizarnos o liberarnos en lo extraordinario cuando en realidad lo que nos salva es nuestra propia cotidianidad. O pretendemos hallar fuera de nosotros aquello que solo podemos encontrar dentro de nosotros mismos. Cuentan que el famoso saltimbanqui, payaso y mimo Jean-Gaspard Deburau acudió de incógnito a un médico buscando un remedio a sus episodios de depresión, y que para animarlo este le recomendó que acudiera a divertirse a los ‘shows’ del payaso Deburau. La paradójica prescripción facultativa podría haber llevado la firma de San Agustín, que nos recordaba que nadie ni nada nos salvará de nosotros mismos, sin nosotros mismos. Como señalándonos también que es allí, en la aparente monotonía de los días grises, donde se encuentra lo verdaderamente irrepetible.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión