La trampa de la victoria

Pedro Sánchez, en el centro, antes de la celebración del primer Consejo de Ministros de coalición.
Pedro Sánchez, en el centro, antes de la celebración del primer Consejo de Ministros de coalición.
Fernando Alvarado/EFE

Pedro Sánchez ha conseguido ser elegido presidente de gobierno. Podemos ha tocado el cielo y de su mano, Izquierda Unida, donde el Partido Comunista de España manda. Esta conquista se vende ante la opinión pública como el triunfo de una ‘coalición progresista’. Se vende como el triunfo de los buenos, de los avances sociales que traerán la luz de las mejoras con más derechos para la gente común y corriente. En frente están las sombras de los partidos de la oscuridad, del blanco y negro, del perfume franquista. Así se utiliza el pasado de forma antagónica y, en cierto modo, torticeramente. En el PSOE se jactan de tener 140 años de pedigrí impoluto (sic), para jugar con la antinomia de la memoria histórica. Mientras, por el contrario, recurren a los 40 años de dictadura para cavar viejas trincheras. Eso se hace pactando con las contradicciones estructurales de quienes usan la democracia y lo democrático en vano –como los ‘portacoces’ de Euskal Herria Bildu o de Esquerra Republicana de Cataluña– despreciando la Constitución de 1978.

Se nos quiere convencer de que la conquista de Sánchez ha sido resultado del diálogo y de la ‘verdadera política’, la ‘política política’. Esa forma suya de hacer que es flexible, dialogante, capaz de negociar… y tragar. Pero se oculta que es una burda transacción, sin cámaras, en la sombra y sin luz ni taquígrafos. No son ideas o proyectos lo que está en juego. Ha sido un trueque donde el sillón se cambia por otros bienes y servicios. Ha sido una compra-venta de la presidencia del gobierno que se cacarea intentando crear un marco de conformidad afirmando que no había otra opción para superar el abismo de las tinieblas. Se vende como la oportunidad para derrotar a los poderes fácticos y a las élites que controlan la economía de esta España nuestra. Pero es una simple estrategia de márketing político para camuflar la aspiración pura y dura por conseguir el poder.

Incluso hemos oído que "no había otra alternativa para salir del bloqueo institucional". Ahí se esconde, con la elipsis correspondiente, una parte de la frase que es obvia, pero se calla. En esa afirmación hay una omisión claramente intencionada para ocultar que sí había más opciones, otra cosa es que no se quisieran explorar. Sánchez y seguidores han insistido en este mensaje con el objetivo de suscitar los efectos políticos perseguidos. Y ahí es donde la victoria del PSOE de Sánchez –del ‘sanchismo’, en definitiva– se ha convertido en una victoria pírrica y en una trampa. Es muy probable que a corto plazo este triunfo produzca más daño en el PSOE que a su oposición.

Sánchez se ha hecho presidente. El PSOE no ha cicatrizado sus heridas. Entre los socialistas amigos y conocidos observo división de opiniones. Algunos viejos militantes cierran filas en público, pero se sienten dolidos por las tragaderas de su secretario general. Entre los afines, Pedro es lo mejor que ha sucedido en la historia del partido. Aunque muchos de sus correligionarios saben que el futuro es un bumerán de efectos impredecibles. La ambición de poder es un narcótico que nubla la inteligencia, hasta de científicos y mentes supuestamente inteligentes. La política que practican y viven en los partidos –esa que es la ‘verdadera política’– la están construyendo sobre egos y palabras que no perduran, sobre mentiras sistemáticas, sobre ideas volátiles, sobre principios sin soporte. Y hacen que su decir no tenga valor y, por tanto, ni podamos creerle(s) ni confiar. Porque al tiempo que habla(n) diciendo lo contrario de lo que se dijo en campaña, alimenta(n) el olvido, la falta de memoria, un alzhéimer sociopolítico de lo dicho y hecho hace apenas unos meses. Ahora es más evidente qué es lo que importa y quién manda… en la Fiscalía y rededores.

Sánchez es herencia del PSOE de sus mayores, pero no está claro que sea el fruto que esperaban. El marxismo de Karl Marx al que renunció Felipe González hace cuatro décadas, forjando el socialismo, ha vuelto como marxismo de Groucho: "Si no te gustan mis principios, tengo otros". Sánchez es un ‘marxista victorioso’. Ojalá funcione, por la cuenta que nos trae a los ciudadanos y ciudadanas de esta España nuestra. Si no, la catástrofe será monumental. 

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