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Vivir en una nube

La niebla no permite ver el Pilar
La niebla no permite ver el Pilar
Beatriz Parera/@enjoyzaragoza

No tiene nada de gratificante vivir en una nube. Más bien al contrario. El hidrometeoro a ras del suelo impregna todos los objetos y cuerpos que encuentra a su paso. Cala hasta los huesos. Aburre a cualquiera (salvo a quienes les gusta convivir con la humedad y el frío, siempre hay excepciones que confirman la regla).

Cuando la niebla persiste durante días es como una gota malaya, una tortura china que pone de malhumor al más pintado. Hace mella incluso en quienes se aclimatan con facilidad a todo tipo de inclemencias. Porque la niebla es la más inclemente de todos los meteoros. Y en esas estamos desde el año pasado en la capital del Ebro, en su valle y en una parte de la provincia oscense: llegamos a añorar que el cierzo barra y seque la tierra y abra el cielo al sol.

La niebla solo es bonita cuando se ve de lejos, como muestra la extraordinaria imagen de la basílica del Pilar captada por la piloto del 112 Beatriz Parera en días pasados. Emergen entre la niebla sus torres como antenas que buscan conectar con el cielo azul para zafarse del gélido infierno.

Decididamente, las únicas nieblas que me gustan son la perra San Bernardo del abuelo de Heidi y la obra de Unamuno. La primera, porque se reboza y es feliz en mi meteoro favorito: la nieve. La segunda, por las reflexiones que dejó a su paso y siguen vigentes más de un siglo después: "Los hombres no sucumbimos a las grandes penas y a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes. Y la vida es esto, niebla. La vida es una nebulosa".  

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