No tengo tiempo

El tiempo es parte de la condición humana.
El tiempo es parte de la condición humana.
Oliver Duch

Como ya he contado en más de una ocasión, Agustín de Hipona (354-430) dedicó en sus ‘Confesiones’ unas cuantas páginas a preguntarse por el tiempo. En el capítulo XIV del libro XI, después de abordar el tema de la Creación y el de la eternidad, dice: "¿Qué es, pues, el tiempo?». Y su respuesta, revisada y repetida un sinfín de veces desde entonces, fue: «Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé; pero sin vacilación afirmo saber que si nada pasase no habría tiempo pasado; si nada hubiera de venir, no habría tiempo futuro; y si nada hubiese, no habría tiempo presente".

A lo cual añade un segundo interrogante: "¿Cómo son, pues, aquellos dos tiempos, el pretérito y el futuro, si el pretérito ya no es, y el futuro todavía no es?". Él mismo responde resaltando la paradoja implícita: "El presente, si fuese siempre presente, y no pasase a pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, lo que hace que el presente sea tiempo, es que pasa a pretérito, ¿cómo decimos que tiene ser una cosa cuya causa de ser es que no será; de suerte que no podemos decir con verdad que es tiempo, sino porque tiende a no ser?".

Aquellas ‘elucubraciones’ filosófico-teológicas de san Agustín hoy a más de uno le sonarán a trasnochadas y pasadas de fecha. Pero si se toman en serio, adaptando la pregunta a nuestras coordenadas, no se han quedado tan fuera del mundo. Seguimos experimentando el paso del tiempo, la edad no perdona. Y la muerte nos espera recordando que este mundo tiene final. Aunque la sucesión de lunas haya quedado en un segundo plano, nuestra experiencia (espacio) temporal se vive desbordada al constatar cómo somos capaces de reproducir acontecimientos y conversaciones, encapsulando tanto hechos ficticios, anécdotas cotidianas como documentos judiciales. Hemos atrapado en distintos formatos el paso del tiempo pero, en lo esencial, se nos sigue escapando. Es más, sigue siendo una piedra angular para pensar la condición humana.

¿El tiempo existe fuera de lo humano? Los teóricos del ‘big bang’ seguro que desprecian la cuestión calificándola como mera ‘boutade’. Pero en cierto sentido, el tiempo es un constructo humano que sólo toma cuerpo cuando nos ponemos a conversar. Y esto siempre que contemos con los verbos necesarios y con el marco lingüístico pertinente. Luego, querer calcular los años de la historia del Universo, buscando el comienzo, es una tarea tan indecidible como, posiblemente, innecesaria y adictiva. O una excusa para imprimir ‘bestsellers’ pretendiendo tener la respuesta. Pues, por mucho que se intente, es más un deseo que una solución. Es una forma de comprender que -como dice Javier, mi maestro de la Escuela de violería- "el tiempo no existe". Para en su frase siguiente recordar que se necesitan unas cuantas horas para que seque la cola fuerte. O unos cuantos días para que el barniz se pueda lijar. Después de semanas acuchillando el arce antes de filetear el fondo del violonchelo.

El tiempo se hace y también se engaña, se entretiene, falta, se gana, se gasta, se levanta, se mide, se tiene, se obedece, pasa, se pierde, se sienta, se toma entre otras formas de verbalizarlo. Ahí, al hablar, al conversar con otros y con uno mismo, se descubre la magia de las palabras con las que damos forma al mundo. En ese inescrutable vínculo, se produce una catálisis. Se acelera la conciencia que reconoce el tiempo como una forma de la voluntad. Y para verlo basta con prestar atención a las prisas de nuestra sociedad.

Estuve hablando hace unos días con un amigo después de meses sin vernos. Los años nos van pasando como si viviéramos separados por el océano. Aunque estamos en la misma ciudad, no nos vemos. Nuestras rutinas tienen lugares y horarios distintos. Ambos caímos en la misma justificación: nos falta tiempo. Nos escudamos en eso que se evapora sin aparente posibilidad de control. Pero los dos nos dimos cuenta de que al decir ‘no tengo tiempo’ lo que falla es la voluntad. Por eso, apelar a ‘cuando tenga tiempo’ es recordar que en la vida, aun sin decidir conscientemente, priorizamos, por tanto, elegimos. Y hacemos que el tiempo pasee por donde lo queramos llevar o nos lleve sin que lo veamos pasar. Por cierto, ¡buen ‘cabo d’año’!

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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